
Los crímenes cometidos contra la población asháninka en la selva central son poco conocidos. Sin embargo, este pueblo fue uno de los grupos étnicos más golpeados durante el periodo de violencia. De acuerdo con la Comisión de la Verdad y Reconciliación, el 10% de su población pereció y unos 10 mil se vieron obligados a desplazarse. Muchos asháninkas, además, padecieron trabajos forzados en campos de concentración de Sendero Luminoso.
¿Cómo afectó el terrorismo a este pueblo originario? ¿Qué fueron los comités populares? ¿Cómo reaccionaron los asháninkas ante la subversión? A continuación, te lo explicamos.
Resumen
- Sendero Luminoso cometió crímenes que la CVR recomendó que se investiguen como posible genocidio contra la población asháninka.
- Desde la perspectiva senderista, la forma de vida de este pueblo era incompatible con el “nuevo Estado” que buscaban imponer.
- Según la CVR, cerca de 10 mil asháninkas fueron desplazados forzosamente y 44 de sus comunidades desaparecieron a causa de Sendero Luminoso.
- Los asháninkas habrían perdido entre el 10% y el 20% de su población durante el periodo del terrorismo. A fines de los ochenta, la selva central se convirtió en la zona de repliegue de los senderistas que se retiraban de Ayacucho.
- Las provincia de Satipo, Chanchamayo, Oxapampa y la meseta del Gran Pajonal fueron las zonas más afectadas por la violencia terrorista en la selva central.
- En Oxapampa y Chanchamayo hubo enfrentamientos entre Sendero Luminoso y el MRTA.
- A partir de 1990, las comunidades asháninkas formaron rondas y empezaron a frenar el avance terrorista. Algunas rondas eran promovidas por el Ejército y otras eran autónomas.
¿Quiénes son los asháninkas?
Los asháninkas son el pueblo indígena más numeroso de la selva peruana. Viven organizados en comunidades dispersas por las selvas de Junín, Pasco, Cusco, Ayacucho, Ucayali y Huánuco. Se dedican principalmente a la agricultura, la caza y la pesca. Durante el periodo de violencia que afectó al país, fueron uno de los colectivos que más padeció la agresión subversiva. Según el Censo nacional del 2017, 55,489personas se identificaron como asháninkas.
(Ubicación actual actual del pueblo asháninka. Fuente: Base de Datos de Pueblos Indígenas y Originarios – BDPI)
¿Cómo empezó todo?
Desde inicios de los 80, tanto columnas de Sendero Luminoso como narcotraficantes y colonos (pobladores de origen andino) comenzaron a penetrar en la selva central peruana. A mediados de los 80, los senderistas empezaron a secuestrar niños y nativos para aumentar sus huestes guerrilleras.
Esta zona se convirtió en el lugar de repliegue de los senderistas que se retiraban de Ayacucho y, para el año 1989, la presencia de Sendero Luminoso era generalizada, principalmente, en la provincia de Satipo, Junín. Otras zonas de la selva central con importante actividad subversiva fueron las provincias de Chanchamayo, Oxapampa y la meseta del Gran Pajonal.
(Mapa de la provincia de Satipo. Fuente: Municipalidad de Mazamari)
Las incursiones de columnas terroristas fueron acompañadas de asesinatos selectivos y del desplazamiento forzoso de poblaciones nativas a zonas aisladas y de difícil acceso para las fuerzas del Estado. Los principales mandos de las columnas senderistas eran andinos, pero muchos mandos intermedios eran asháninkas adoctrinados que les servían de intérpretes.
Según un estudio realizado por Mariella Villasante, investigadora asociada al Instituto de Derechos Humanos de la PUCP, los senderistas establecieron “bases” en las comunidades nativas a fin de tener a disposición fuentes de alimento y de reclutas (incluyendo niños y adolescentes) para el “ejército popular”.
Así, para fines de la década del 80, Sendero Luminoso ya había arrasado y controlado todas las comunidades del Río Ene y asesinando a los dirigentes comunales que se negaron a colaborar. A estos asesinatos se sumaba la “concientización” mediante la instalación de escuelas populares a fin de adoctrinar y entrenar a los reclutas. Según Villasante:
“Muchos se atrevieron a blandir sus armas contra sus parientes y amigos, algunos tenían 6 o 7 años de edad; y las adolescentes empezaron a servir de esclavas sexuales a los mandos senderistas (andinos y nativos) que pretendían procrear los soldados del ejército de la ‘nueva sociedad’.”
Frente a esta situación, muchos colonos abandonaron el valle del Ene o se desplazaron a Satipo u otras ciudades. Para los asháninkas la huida a las ciudades no era una alternativa, ya que los senderistas habían cerrado las vías de acceso y porque preferían escapar “al monte” antes que a zonas urbanas.
A pesar de esto, en un inicio varios nativos apoyaron a los terroristas, debido a promesas que les hicieron y porque su presencia había desplazado a sus tradicionales rivales, los colonos, a quienes los asháninkas veían como invasores de sus tierras.
Sin embargo, no todos creyeron en los senderistas, sobre todo nativos que habían tenido contacto con las ciudades y que sabían lo que Sendero había hecho en Ayacucho. De acuerdo con un testimonio de la CVR:
“Decían que iban a luchar contra el ejército… que iban a tomar el poder. Yo le decía a la gente, ¿cómo va a ser posible? Eso no es así. Pero no entendían. Como les ofrecían cosas, tiendas, carros… pero yo no creía, ¿cómo van a vencer al Ejército? Si son un montón, están en Lima, están en todas partes… Por eso me fui.”
Los campos de concentración
Los senderistas establecieron los llamados “Comités Populares” o “Comités de Base” en lugares de difícil acceso de la selva central. Se trató de verdaderos campos de concentración ubicados en zonas alejadas de los ríos y en posiciones altas desde donde tenían una mejor vigilancia.
La idea era que no pudieran ser detectados desde los helicópteros y las lanchas de las Fuerzas Armadas. Según la CVR, en estos campos esclavizaron a cerca de 5 mil asháninkas, forzándolos a sustentar a las columnas armadas, a fabricar armas artesanales y a ser adoctrinados en el pensamiento Gonzalo, utilizando a sus niños como carne de cañón en los ataques.
El alimento en estos lugares siempre escaseaba y vivían bajo un sistema de control social totalitario en el que los senderistas intentaban suprimir las relaciones de familia y su identidad cultural en nombre de la ideología de Sendero Luminoso.
Muchos asháninkas sufrieron anemia, desnutrición y murieron de hambre, otros se vieron obligados comer raíces, gusanos y hasta tierra. De acuerdo con la investigación de Villasante, existen testimonios y casos registrados de antropofagia (canibalismo) en estos campos. Al respecto, la investigación señala,
“(…) en un primer caso, los mandos andinos obligaron a una pareja de padres de un recién nacido a matarlo con un hacha, a despedazarlo y a comerlo luego de haberlo cocinado. En el segundo caso, un grupo de nativos mataron a una chica adolescente expresamente para alimentarse. El tercer caso concierne la decisión de mandos senderistas andinos y nativos de matar niños para servir de alimento a un grupo de nativos como castigo, mientras ellos se alimentaban con carne de monte. En fin, varios testimonios afirman que se mataban a niños enfermos para servir de alimento (…)”
A todo lo anterior, se suma los asesinatos selectivos y la ejecución de todo el que incurriera en actos de desobediencia. Según la CVR, estos ajusticiamientos se realizaban con una soga o con un cuchillo por la espalda, en frente de la familia del ejecutado, la cual era obligada a festejar, reír, tomar masato y hacer vivas al partido y al presidente Gonzalo.
Rojo y negro
A la presencia de Sendero Luminoso se sumó la del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) en Oxapampa y Chanchamayo. Ambos grupos se disputaron el control político y militar del territorio frente a una población que distinguía entre rojos (senderistas) y negros (emerretistas), kitiocari y cheenjari en lengua asháninka, respectivamente. Según la CVR, el conflicto entre Sendero Luminoso y el MRTA fue muy violento, siendo frecuentes los asesinatos y ajusticiamientos entre ambos bandos.
(Práctica de tiro de terroristas del MRTA) Fuente: Reuters
Muchas comunidades pasaron del control de un grupo subversivo a otro, consolidándose más la presencia del MRTA, debido a su relación menos violenta con los pobladores. A pesar de esto, el MRTA también llevó a cabo asesinatos selectivos, como el ajusticiamiento del dirigente asháninka Alejandro Calderón, quien había colaborado con el Ejército en la eliminación de una columna guerrillera del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en los años 60 (el MIR fue un movimiento guerrillero de inspiración castrista, surgido de una escisión del APRA, liderado por Luis de la Puente Uceda).
El asesinato de Calderón generó una insurrección asháninka que llevó a los nativos a tomar las ciudades de Puerto Bermúdez y Constitución y a establecer puestos de vigilancia para controlar el tránsito entre estos centros poblados. En este contexto, los asháninkas llevaron a cabo acciones violentas contra los colonos andinos, a quienes acusaron de pertenecer al MRTA.
El levantamiento asháninka coincidió con la toma, por parte del Ejército, de la principal base del MRTA de la zona, El Chaparral, con lo que se dispersó a estos terroristas. Sin embargo, continuaron algunas incursiones de Sendero Luminoso en la zona y el MRTA inició una campaña contra la base militar de Villa Rica.
Las rondas: el contraataque
Frente a la agresión terrorista, los asháninkas finalmente se organizaron en rondas o comités de autodefensa apelando a las tradiciones guerreras de sus antepasados. Así, cada comunidad empezó a organizar su respectiva ronda, que colaboraban con el Comité Central de Autodefensa Asháninka No. 25, órgano oficialmente reconocido por el Ejército, creado en 1990. Esto frenó el avance de Sendero Luminoso por el río Tambo.
Los comités de autodefensa eran de dos tipos, según su origen y relación con el Ejército. Por un lado, estaban las rondas creadas por los militares y subordinadas al Ejército y, por el otro, estaban las rondas que habían surgido y funcionaban de manera autónoma. En 1991, las Fuerzas Armadas, apoyadas por estos comités, iniciaron una contraofensiva determinante en la lucha antiterrorista que convirtió a Poyeni (poblado atacado en varias ocasiones) en una suerte de “frontera” entre la zona controlada por Sendero y la zona de asháninkas libres.
Fuente: Google Maps
En este contexto, la Marina realizó varios ataques en la zona controlada por los terroristas, quienes obligaron a la población asháninka, agrupada en comités populares (aproximadamente 10 mil nativos), a desplazarse selva adentro. Esto generó la desaparición de 14 de las 35 comunidades asháninkas de la zona del Alto Tambo y las 30 del río Ene.
Fuerzas Armadas en la selva central (Fuente: Polidrez)
Gradualmente, se fue rescatando a los asháninkas secuestrados. Esto fue complicado, debido a que muchos nativos preferían internarse en la selva antes que acercarse al Ejército o a los ronderos, pues les habían dicho que ellos los torturarían y también temían a las represalias de Sendero Luminoso.
Los nativos rescatados eran enviados a las “comunidades refugio” o a núcleos poblacionales, donde no eran bien recibidos. En estos espacios había hacinamiento y escasez de alimentos, por lo que hubo un alto grado de mortalidad a causa de las enfermedades (tuberculosis, malaria, cólera) y la desnutrición.
Posible genocidio según la CVR
La Comisión de la Verdad y Reconciliación señala que, a pesar de no existir datos precisos, la mayoría de instituciones y especialistas calculan que:
- De 55 mil asháninkas, cerca de 10 mil fueron desplazados forzosamente en los valles del Ene, Tambo y Perené
- Seis mil fallecieron (10% de su población), aunque, según cálculos de Villasante, en realidad el 20% de la población fue asesinada. Asimismo, cerca de cinco mil estuvieron cautivos por Sendero Luminoso.
- Durante el conflicto desaparecieron 44 comunidades asháninka (14 de Alto Tambo y las 30 del río Ene).
De acuerdo con los comisionados, la cultura y el modo de vida de los asháninkas eran un obstáculo para el “nuevo Estado” que buscaba establecer Sendero Luminoso, por lo que estos nativos eran obligados a dejar de considerarse indígenas y asumir la condición de “campesinos pobres”, o de lo contrario eran eliminados.
Finalmente, la CVR considera que los crímenes perpetrados contra el pueblo asháninka deben analizarse a fin de elucidar si califican como alguna de las modalidades del delito de genocidio, contemplado en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio.