Los colectiveros y un sistema roto – por Renán Ortega

por 26 Nov, 2019

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Reuters

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El paro de colectiveros tomó por sorpresa a una sociedad distraída por el pico y placa y una lucha contra la corrupción que pierde viada. Llantas quemadas, piedras, ventanas rotas y una población confundida marcaron una huelga que fue poco anticipada y cuya causa es, además, incomprendida. ¿Qué piden los colectiveros? ¿De quién es la culpa de todo esto?

En sencillo, piden la posibilidad de formalizarse. De, quizás, entrar en algún padrón, como otros taxistas, para conseguir esa promesa de un “beneficio” que solo se extenderá hasta que explote una nueva huelga. Sin embargo, salta aquí la pregunta, ¿por qué son informales? ¿Qué tiene de malo “hacer colectivo”? ¿Por qué debería estar excluida de la formalidad una persona que lleva a un grupo de gente del punto A al punto B por un monto de dinero?

Finalmente, es más cómodo para muchos pasajeros, más rápido y, en algunos casos, más económico. Pero está ahí el argumento principal para quienes se oponen. Hay una razón por la cual los colectivos son más cómodos y veloces: que quiebran las reglas de tránsito y “manejan pésimo”, como dirían algunos tuiteros. No podemos apoyar la informalidad, pues, ¿no?

Sin embargo, para mí el punto central de la discusión se nos escapa. Si son tan peligrosos y la legalidad no los respalda, ¿cómo así hay tantos colectivos? ¿Cómo así pudieron tomar varias vías principales de la ciudad? ¿Cómo así todos saben dónde tomar un colectivo, cuánto cuesta y hasta dónde te lleva? Cuando uno se hace estas preguntas es que se desnuda el problema de fondo.

Más allá de los temas ligados a concesiones de transporte público, el problema central no pasa por la informalidad de un colectivero que, quizás, encontró en ese oficio una forma de alimentarse. Se trata de la nula capacidad de enforcement de nuestras autoridades para el transporte. Me explico. Si el mayor miedo de la gente (no de nuestras autoridades) es que los colectiveros son unas “bestias al volante”, el origen del problema no está en si son o no formales. De una forma u otra, es la misma persona al volante recorriendo las mismas pistas.

El origen del problema está en que, formal o no, una “bestia al volante” no debería tener licencia para conducir. Una “bestia al volante” debería ser detenida por la Policía cada vez que se pasa una luz roja, debería tener su auto internado en el depósito hasta que pague sus multas. No debería poder manejar aunque sea colectivero, conductor de combi, taxi, o de auto particular (que bien no manejan tampoco).

Toda esta situación no es otra cosa que la muestra de un sistema roto y de lo fácil que es dirigir la atención hacia un tema momentáneo cuando el problema es otro. Nuestro sistema para sacar licencias está roto cuando todos sabemos a dónde ir y cómo hacer (o podemos preguntar), para sacar una licencia “rapidito” sin tomar el examen. Nuestras reglas de tránsito no sirven cuando alguien se puede pasar la luz roja en la nariz de un policía que no reacciona porque “no hacen caso pues señor”.

Nuestro sistema está roto cuando vemos que alguien pone su direccional para entrar a nuestro carril y aceleramos para que “no nos ganen”. Nuestro sistema está roto cuando tenemos una política de tener menos autos, pero no hay alternativas viables para una ciudad que crece y crece. Y nuestro sistema está más roto aún cuando no importa lo informal que seas, no importa cuántas infracciones cometas, lo más probable es que puedas conducir por las calles de Lima y el Perú como si nada.

Equipo de Investigación

Área de investigación de Enterarse.com

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