Estuvimos tan cerca… – por Werner E. Schuler S.

por 4 Dic, 2019

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Imagen por Tumisu de Pixabay

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El Perú de fines de los 80’s era una tierra de nadie.

La insensata y alucinada visión heterodoxa de la economía, hija de populismos de izquierda y de derecha, el terrorismo en su máxima expresión, los carteles del narcotráfico en plenitud, la corrupción generalizada del aparato estatal y la literal desaparición de las instituciones eran el marco de una vista dantesca de una sociedad que se debatía agónicamente por sobrevivir en medio de hiperinflación, coimas, bombas, secuestros, desempleo, bancarrotas, familias partidas o en luto perenne, apagones, aguas servidas en vez de agua potable y demás plagas.

No había peruano, con algún grado de sensatez, que no tuviera como meta máxima huir, desarraigarse y liberarse del infierno y el caos generalizado. Había que escapar a como dé lugar. Familias enteras se fueron y las que no lo lograban seguían intentándolo.

Era como si hubiéramos involucionado a nuestra lejana condición de animales dónde había que sobrevivir día a día a costa de lo que sea. Puro instinto de conservación. Cero perspectivas. Se trataba de sobrevivir el día.

Pero de pronto y habiendo tocado fondo, ocurrió un evento inesperado. Se alinearon condiciones suficientes para que se generara un quiebre y se apuntó a la ortodoxia económica, al ataque frontal al terrorismo y al narcotráfico, a la reformulación de instituciones, a la recuperación del orden público y al renacer de una visión de futuro que poco a poco se fue tornando optimista, en medio de una actitud colectiva de pacificación, reconstrucción, condena del extremismo violento y ganas de vivir mejor.

Pero era preciso dar un paso más. En ese momento, el Perú necesitaba que los grandes capitales se atrevan y arriesguen. Riesgo grande, pero gran rentabilidad y sobre todo retorno rápido. El motor económico, en un entorno de pacificación y orden, mostraba un país que se recuperaba rápidamente.

Además, el entorno mundial era aparente. Auge de precios para las materias primas, fuerte debilitamiento de las izquierdas radicales y gran disposición a invertir de los grandes capitales mundiales en las regiones emergentes. Era un tiempo de encantamiento por el nuevo Proyecto Nacional. Era el tiempo de la gran apuesta.

Esa etapa funcionó para el Perú. Se formuló un modelo económico exitoso, se estabilizó la moneda y se recuperó la confianza. Pero por sobre todas las cosas, se generó bienestar para las familias del país. Se recuperó y amplió significativamente la infraestructura y se restableció el circuito económico. Primero, un fuerte estímulo económico vía inversión extranjera (privatizaciones) que luego desencadenó un nuevo flujo de fondos producto del crecimiento económico que empezó a generar recaudaciones importantes que permitieron, a su vez, mayores inversiones en infraestructura y servicios básicos financiados por el Estado, pero operados por el sector privado.

Finalmente, apareció y se consolidó el ahorro interno; es decir, el de las personas y familias, lo que aceleró el circuito y convirtió al Perú en un país autosuficiente en lo financiero, con dinámica propia y altos niveles de confianza y credibilidad, con un mercado interno sólido y demandante, un sector exportador en franco y sostenido crecimiento y una continua mejora del bienestar de los peruanos.

Entonces, llegó el tiempo del compromiso y los agentes económicos y sociales acudieron al llamado y estuvieron a la altura.

Las empresas, tanto nacionales como extranjeras, hacían nuevas inversiones de largo plazo, se activaron sectores que estaban muertos por muchos años, se amplió la base de generación de riqueza, se armaron cadenas integradas en las diferentes industrias y sectores. La ortodoxia en la gestión macroeconómica llevó al país a niveles inéditos desde inicios del siglo XX.

Pero también las familias se embarcaron en invertir sus ahorros y recursos en más vivienda, más educación, más salud, etc. En una palabra, más calidad de vida.

El Perú y la gran mayoría de los peruanos acometieron el siglo XXI como lo habían hecho al iniciar el siglo XX. En plena prosperidad.

Una nueva etapa consolidada y exitosa.

Sin embargo, a lo largo de todo este tiempo no solo ocurrieron cosas positivas. Hubo grandes yerros que, velada y silenciosamente, empezaron a corroernos.

En primer lugar, el fujimorismo no tuvo la capacidad de recuperar el estado de derecho a plenitud rápidamente. Al contrario, profundizó la herida corrompiéndose y copando las instituciones de la Nación buscando perpetuarse en el poder. Además, por el otro lado, aquellos, que habían perdido sus prerrogativas durante esa época, exacerbaron la polarización de nuestra sociedad, usando los mismos mecanismos. Corrupción y copamiento. Se reinstaló la vieja guardia y volvió a las andadas. Sí, las mismas de los 80’s y 90’s.

Así que los peruanos y su bienestar dejaron de ser la prioridad y se perdió ese compromiso que se había trabajado a pulso.

Esta debió ser la época de la integración profunda de nuestro país, la del reencuentro final, la de la consolidación. Debió ser el tiempo del involucramiento. El tiempo de ir más allá de los resultados económicos de fin de año de las empresas y de los macro balances impecables del MEF. Era el tiempo de acabar con la pobreza extrema y de acelerar la generación de riqueza de abajo hacia arriba. De salir del subdesarrollo y la desigualdad de oportunidades.

Pero la mezquindad y la falta de principios y valores de estos bandos, en vez de involucramiento, lo que cultivaron, y vaya que germinó, fue un tiempo de indiferencia total.

Ahora, es el tiempo del “Vale Todo” en los negocios y la gestión pública, del “Todos Contra Todos” en la política, de la irracional y frenética lucha por el poder para hacerse rico, o más rico, a costa de todo un país. ¡¡¡Otra vez!!! ¡¡¡Otra vez!!!

Estábamos tan cerca de lograr ser un mejor lugar para vivir, de ser una verdadera tierra de igualdad de oportunidades, de solidaridad convertida en acción, de libertad con responsabilidad.
Pero no. Se volvió a romper el hilo de la apuesta, el compromiso y el involucramiento que une a una Nación detrás de su paradigma.

Esto no es un problema de modelos. Es un problema de personas.

Otra vez el relativismo, el egoísmo y la indiferencia ganaron.

Werner E. Schuler S.

Columnista

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