
Enterarse no emite opiniones. Los columnistas son responsables de lo que esté publicado en esta sección.
Latinoamérica está en llamas, dicen las redes sociales. Desmanes en Chile y Bolivia y un supuesto descontento generalizado en tierras sudamericanas pusieron en alerta a las redes hispanohablantes. En medio de todo eso, el Perú permanece de pie, con la tipicididad de sus crisis, pero con una relativa paz.
Así, ha sido común la pregunta en la prensa: ¿por qué en el Perú no pasa lo que sí en el resto Latinoamérica? ¿Qué nos hace tan especiales? Creo yo que la pregunta y las respuestas son igual de superficiales. Son superficiales porque se asume que el problema en Chile, Bolivia, Colombia y otros son iguales, sus causas las mismas y las circunstancias similares.
Para mí eso explica buena parte de los problemas en la prensa, la opinión pública y la política: asumimos una única causa sin hacer un análisis profundo de los casos. Buscamos respuestas a una pregunta sin cuestionarnos si, quizás, la pregunta está mal hecha. Si vemos cada caso, nos daremos cuenta de que la pregunta es mala.
Primero, creo yo que no existe una “crisis latinoamericana”. Lo que hay son situaciones diferentes en cada país. Veamos el caso de Bolivia. Ahí había nuevas elecciones en las que participaba, nuevamente, Evo Morales, presidente del país que se reelegía no por segunda ni tercera, sino cuarta vez, tras estar en el poder por 13 años. Ya era cuestionable que se presente por una cuarta vez, pero hubo, además, serios cuestionamientos sobre la legalidad de su victoria en las elecciones de este año.
Ante esta situación, buena parte de la población se levantó en su contra y, además, el ejército le quitó su respaldo. Así, Morales fue forzado a renunciar en medio de protestas en su país.
El caso de Chile es totalmente distinto. Se trata de un país cuyos indicadores económicos y calidad de vida han estado en constante crecimiento en la última década, cuya pobreza se ha venido reduciendo y lo mismo sucede con la desigualdad. Pese a ello, el descontento de un sector importante del país se ha hecho escuchar y estalló luego de que el presidente del país anunciara que iba a subir el precio de los pasajes en el transporte público.
Así, esta alza, que afectaría directamente los bolsillos de los chilenos, fue seguida por protestas en las que se destruyó propiedad pública y privada y fueron seguidas por pedidos más drásticos: un viraje económico y un cambio de Constitución. El presidente Sebastián Piñera cedió ante algunos de los pedidos por la incontrolable situación: enfrentamientos entre las autoridades y ciudadanos que devinieron en heridos y muertos.
Si bien ambas situaciones fueron violentas y ambas situaciones nacen del descontento, es superficial decir que es el descontento el que generó la crisis en ambos países. Es como explicar la caída de un avión diciendo que es por la gravedad. Evidentemente sin la gravedad el avión no hubiera caído, pero son muchos otros factores los que determinan el hecho.
En Bolivia el contexto es electoral y se relaciona directamente con un líder que quería quedarse más años de lo debido: una dictadura. En Chile, un descontento que explotó tras la subida del pasaje y que devino en otros pedidos políticos. Los factores son muy diferentes y, para mí, no son naturalmente comparables. El Perú es todavía otra historia.
En el Perú se siente, también, un descontento, pero motivado por los enfrentamientos entre el presidente y el Congreso (para muchos el fujimorismo o fujiaprismo). La presión se aligeró un poco cuando Vizcarra lo disolvió. Hoy, hay algo de calma, motivada por la expectativa que generan las elecciones congresales que se vienen, aunque las encuestas indican que el segundo partido con más intención de voto es el propio fujimorismo.
Ha habido quienes han atribuido la calma en el Perú a la informalidad, a que la gente no tiene expectativas sobre su gobierno. Probablemente tengan razón. Pero la pregunta y la respuesta son especialmente imprudentes. ¿Quién dice que en el Perú no va a pasar lo mismo? ¿Quién dice que, si el contexto fuera como el de Chile o como el de Bolivia, no pasaría lo mismo? No se puede bajar la guardia: el descontento no basta, pero no sabemos cuándo un hecho puede explotar en un enfrentamiento.