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Una tragedia marcó esta semana: dos jóvenes trabajadores de la transnacional McDonald’s fallecieron tras ser electrocutados en circunstancias hasta hoy poco conocidas y entendidas. Lejos de actuar correctamente, parece ser, según los medios, que los encargados del local y la empresa encargada de la franquicia han hecho todo muy mal: no informaron a la madre de una de las fallecidas sobre la muerte de su hija, no permitieron entrar a los bomberos, no permitieron que se fiscalice su local, entre otras faltas grotescas y graves.
Sin embargo, se ha convertido esta tragedia en una bandera política: McDonald’s, bastión del capitalismo estadounidense, cuya finalidad es engordar al mundo como si fuéramos vacas hipnotizadas, es un peligro para la humanidad; así como el resto de las grandes empresas de comida rápida que esclavizan y matan a sus trabajadores… Nada más asqueroso que usar un caso tan delicado como bandera para una lucha política de personas que poco hacen por defender verdaderamente a los más vulnerables de este país.
Como diría Hans Rosling, McDonalds y el capitalismo son el clavo que un sector político ha encontrado para martillar cada vez que pueda. El capitalismo es el culpable de la precariedad laboral, las grandes empresas son las que ponen en peligro al trabajador, así que marchemos por destruir al tacaño empresario que solo mutila a sus “colaboradores”. Nada más alejado de la realidad.
Lo que pocos entienden, hasta hoy, es que la precariedad laboral, la informalidad es un fenómeno generalizado. No voy a dejar de repetirlo cada vez que pueda: más del 70% de la población económicamente activa es informal. Esto, podría decirse, equivale a la tan mentada “precariedad laboral”. ¿Y saben qué es lo gracioso? (o no tanto) Son empresas como McDonalds, o marcas tan grandes, los pocos lugares donde algo de fiscalización y control puede haber.
Porque son formales y porque, justamente, están expuestas al escrutinio público más que cualquier empresa. Tienen mucho que perder si algo les sale mal. Si no, veamos el famoso caso de Domino’s Pizza, cerrado luego de que se encontrara no una, ni dos (como algunos mencionan en Twitter), sino varias cucarachas entre otros problemas en más de un local. ¿Cuántas empresas pequeñas, cuántos restaurantes bajo condiciones similares no cierran? ¿De cuántas cucarachas ni siquiera nos enteramos ni nos enteraremos?
Lo más triste de todo es, si tú consideras que las condiciones en McDonald’s son precarias y peligrosas, ¿de verdad crees que en el resto del Perú todo es mejor? ¿Crees, de verdad, que las empresas de comida rápida capitalistas transnacionales son los centros de trabajo más peligroso que hay? Si las empresas “más formales” del país están, para muchos, en malas condiciones, ¿cómo estará el resto? ¿Qué está mal? ¿Es el capitalismo? ¿O es que hay una situación laboral tan, pero tan mala, tan, pero tan precaria que hasta los formales son informales? Tanto que la legislación laboral sirve como saludo a la bandera, que ni el salario mínimo tiene utilidad alguna. Tanto que encontrar trabajo formal de verdad es muy difícil, o hasta no conveniente. Tanto que si mañana se van todas estas empresas que contratan a miles de peruanos, no solo van a estar en la calle, sino que no van a encontrar ofertas de trabajo de aquellos líderes políticos que propugnan su cierre.
El Estado, señores, se la está llevando fácil. Eso porque un sector político está aprovechando la trágica muerte de dos jóvenes para imponer su agenda, poniendo como causa al capitalismo y eximiendo al gobierno y a nuestros legisladores y legislación laboral de toda culpa. El problema está en las grandes empresas y los empresarios crueles, dicen. Pregunten a la gente que trabaja para el Estado si eso de las ocho horas es algo que se respeta a rajatabla. Pregunten si siempre les pagan a tiempo, si les pagan horas extra. Pregunten cómo son sus contratos. Pregunten a los trabajadores del Congreso, por ejemplo, si trabajan en un local seguro ante un sismo, un incendio, u otros.
Es trágico que dos jóvenes deban morir en su centro de trabajo y es trágica la forma en que McDonald’s ha manejado todo, pero es triste, también, cómo hay un sector invisible, víctima de un sistema laboral fracasado. El problema es más grande y más complejo de lo que parece y está en todo el sistema laboral; los buenos ejemplos son excepciones.
La informalidad puede matar, sí, pero hace rato que no hacemos nada para arreglar ese problema y la solución no pasa por cerrar todo.