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Cada vez que se acercan las elecciones leemos cientos de artículos, posts, tweets y escuchamos cientos de discursos que nos dicen que esta es la gran oportunidad de cambiar las cosas. Esta es la oportunidad para votar bien, para informarnos de verdad. Cada vez que a un Congreso le va mal (que es la regla general), hay algún genio que dice, ¿de qué se quejan, si nosotros votamos por ellos? Ellos son a los que la mayoría eligió, pues.
Los votantes somos, así, los responsables de las miserias que consigo traen la política y la corrupción. El país está mal porque votamos por los peores, porque no nos informamos realmente y porque no aprovechamos esa oportunidad mágica que las urnas traen consigo. Solo hay que informarse y tomar conciencia, dicen. Pero la verdad es que no existe tal cosa como informarse en política. Hay pocas cosas con menos significado que decir “votemos bien pues”.
¿Qué rayos es votar bien? ¿Votar por el que promete más? ¿Por el que habla más bonito? ¿Por alguien de izquierda? ¿Qué significa estar realmente informado? Nada.
Tomemos como ejemplo las elecciones congresales de este año. Hay, para Lima, más de 600 candidatos al Congreso. Son más de 600 personas, cada una con propuestas, con ideas diferentes, con formas de hablar diferentes y, especialmente, con principios diferentes.
Si quisiera uno estar realmente informado tendría que seguir a esas más de 600 personas, escuchar sus entrevistas, ver sus debates y leer sus propuestas. Pero no basta solo con eso. ¿Cómo puede saber uno si esas propuestas que escucha son buenas y posibles? Tiene que saber uno de derecho, economía, agricultura, psicología, entre innumerables disciplinas que abarcan las propuestas de los candidatos.
Pero no solo eso, tendría que uno entender, también, la historia del partido al que pertece el candidato, saber quiénes son sus dirigentes, qué representan, entre otros. Pero esto encierra otro problema. Digamos que entiendo las propuestas y conozco a los partidos. ¿Cómo sé si el candidato por el que estoy votando dice la verdad? ¿Cómo sé si el candidato va a defender realmente aquello que dijo? ¿Cómo sé que es capaz de hacer cumplir lo que prometió? ¿Cómo sé que no se quedará dormido en su curul o faltará al Congreso constantemente? ¿Qué me garantiza que el congresista que hablaba bonito no robe?
Absolutamente nada. Es imposible estar completamente informado sobre un candidato al que ni siquiera se ha conocido personalmente. Mucho más difícil es estar realmente informado sobre cientos de personas para poder compararlas y así elegir a la mejor opción. Hay demasiadas variables que son, así, impredecibles. Es por esta razón que, si por ahí escogemos a un candidato bueno, que puede hacer cosas buenas, es por suerte. Es porque los astros se alinearon para que alguien que hizo una campaña que enamoró a los votantes resultó ser, también, una persona capaz de hacer cosas buenas y, además, hábil. Es más, quizás ese buen congresista está haciendo un buen trabajo justamente porque está haciendo lo que no prometió y engañó a sus votantes, porque puede que el pueblo esté, también, equivocado.
Es por esta razón que darle tantos poderes al Estado, cuyos elegidos son tan impredecibles, es peligroso. Es por esta razón que la institucionalidad y la limitación entre los poderes del Estado es más importante de lo que la gente asume. Tenemos que tener un sistema que limite los poderes de aquellos que tengan la suerte de salir elegidos, porque nunca sabemos qué llegará ahí. Nunca sabemos quién será congresista o presidente, ni qué hará.
Pero sobre todo, dejemos de caer en el juego de endiosar nuestro sistema electoral y de creer que cada elección es la posibilidad de cambiar el mundo. Así venimos pensando por décadas y no es que la aprobación haya acompañado a nuestros elegidos, ni tampoco la moral. Votemos con responsabilidad, sí, pero entendamos que antes que esperar a algún mesías o de seguir diciendo que es la oportunidad de los jóvenes (algo que muchos repetirán hasta que esos jóvenes tengan bastón), tenemos que exigir más libertades para los individuos y más limitación hacia los poderes de nuestros líderes. Finalmente, es el individuo, con su trabajo, el que sacará adelante al país, no una elección.