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Desde hace unos años se ha puesto de moda un discurso demagógico y oportunista que juega con la opinión pública y exacerba discusiones entre los ciudadanos por el extravío que esto genera.
Paridad de género en la administración pública, en la empresa privada y en la política.
Esto, entendido como un porcentaje obligatorio o “cuota de género” como le llaman los discurseros, es sencillamente ridículo.
Es estúpido pensar que por el simple hecho de ser mujer o ser hombre se es más inteligente, preparado o capacitado para desarrollar cualquier actividad.
Por otro lado, ser considerado capaz de algo solamente por el género de uno es hasta denigrante.
Sin duda, esta manera de pensar es hija tarada del socialismo, que niega y desvirtúa la fuerza de la realidad y por tanto de la naturaleza, que muestra claramente que hay personas con más condiciones que otras para determinadas actividades u ocupaciones.
Estas condiciones son de dos tipos.
Por un lado, existe la predisposición genética y condición física y, por el otro, la capacidad adquirida a través del esfuerzo, el estudio y la práctica.
Las condiciones genéticas vienen determinadas por la naturaleza y combinan toda una serie de factores decisivos y la condición física depende principalmente de cuán bien haya transcurrido la primera infancia.
En cuanto a las condiciones adquiridas, vienen de una práctica esmerada y metódica. Educación y capacitación. Esfuerzo y búsqueda incesante de saber y poder hacer más y mejor.
Por supuesto no hay una receta ajustada que garantice que una determinada dosis de cada elemento resulte en una persona con las capacidades y cualidades para marcar diferencias.
No.
Somos nosotros, los seres humanos mismos, los que logramos o no ese balance exitoso.
Sin embargo, aquellas son condición necesaria pero no suficiente.
Y es que hay un tercer elemento que en mi concepto es determinante.
La actitud adecuada. La actitud responsable y constructiva.
¿De dónde viene? ¿Cómo se genera? ¿Será genético o hábito adquirido? No lo sé. Pero es fundamental.
La actitud de una persona es lo que la define. Tanto, en cuanto a sí misma, como en cuanto a los demás.
Lo que sí me queda claro es que la familia y el entorno cercano juegan un rol preponderante.
En la gran mayoría de los casos, hacemos lo que vemos y nos comportamos como nuestro entorno lo hace. En una palabra, el medio y el ejemplo al que estamos expuestos nos determinan.
Entonces, ¿qué tiene que ver esto con si uno es hombre o mujer?
Nada…
¿Quién, en su sano juicio, exige que una junta médica tenga 50% médicos hombres y 50% médicos mujeres?
¿Quién dice que no es válida una determinada comprobación científica porque los científicos fueron solo hombres o solo mujeres?
¿Quién dice que es mejor un profesor o una profesora por el hecho de ser hombre o mujer?
Lo que pasa es que, para variar, se mal usa la comunicación para decirle a la gente lo que cree que quiere escuchar.
Tengo muy claro que, para un político al que solo le interesa llegar al Congreso o al Gobierno, mientras más dulce y fácil, es mejor el remedio. Después no importa que hayan construido propuestas y decretos basados en falacias inaplicables y contra natura.
Con esta práctica, lo que evitan y eluden, estos seres despreciables, es el verdadero problema que tienen la obligación de resolver.
Y, es que se debe construir una sociedad que brinde el mínimo necesario de oportunidades a todos hombres y todas las mujeres.
Este es el meollo del asunto.
Es evidente, dada la configuración de nuestro país y su estructura, que no podemos esperar que porque hay un decreto que estipule, en papeles, la equidad de oportunidades, esto se cumpla y, mágicamente, se resuelva el problema.
No.
Es, pues, el Estado el que debe velar efectivamente, por el cumplimiento del “mandamiento” de igualdad de oportunidades.
Para eso, se debe comenzar por el principio y crear la infraestructura necesaria que alcance a todas las familias del país.
Erradicación de las diarreas de niños menores de 4 años, minimización de la tasa de mortalidad infantil, salud elemental a disposición, postas médicas y hospitales, carreteras y aeropuertos, colegios, institutos, universidades y conectividad.
Todo esto es condición, previa e infaltable, para que se cumpla con la razón de ser del Estado.
Acceder a las condiciones básicas de vida y lograr integración física y virtual, traen como consecuencia la integración cultural y, esto es, ineludiblemente, lo que marca la ruta a la igualdad de oportunidades.
Es solo entonces cuando las normas escritas de no discriminación pueden hacerse efectivas.
Pero no para determinar el porcentaje de hombres y mujeres en las diferentes actividades, sino para que los más capacitados y mejores ocupen las posiciones más relevantes.
Allí es cuando las prerrogativas genéticas y las adquiridas determinarán quién debe estar y dónde.
Ahora bien, si se tuviera una sociedad dotada con la infraestructura necesaria que nos permita brindar oportunidades fundamentales y básicas a todos por igual, entonces, los más capacitados y mejores tendrían, recién, la oportunidad de alcanzar las posiciones más importantes.
Será, en ese momento, cuando el tercer elemento, la actitud, hija del buen ejemplo y de la conciencia responsable de tener un rol en la sociedad, sea lo que determine cuánto mejor puede ser nuestro futuro.
Todo lo demás son panfletadas y mentiras viles que lo único que buscan es perpetuar el caldo de cultivo de los inescrupulosos y mezquinos intereses de la nefasta clase política del país.