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Mientras algunos reflexionan desde sus balcones tomando un vino y tuiteando, se burlan de aquellos que hoy hablan de proteger la economía. Ponen en una balanza la vida de las personas versus el dinero. Y, ¿cómo no hacerlo? Si a alguien le dan a elegir entre tener mucho dinero o que se muera un ser querido, varios, si no la mayoría, dirán que prefieren que el ser querido sobreviva. Pero esa pregunta va con truco.
El problema, cuando nos hallamos en crisis y acudimos a especialistas, es que el entendimiento de las cosas suele ser unidimensional. Para ponerlo en simple, no puede haber ejemplo más oportuno que el del doctor Hans Rosling en su libro “Factfulness”. Cuando las personas encuentran un martillo, todo se convierte en un clavo. Un abogado ve todo como un problema legal, un economista ve todo como una falla de mercado, un médico ve todo como aplanar la curva. Cada uno tiene su propio martillo con el que trata de resolver todos sus problemas. Hoy, nuestra prioridad, como país, es reducir el contagio del covid-19, pero las consecuencias de lo que hacemos pueden ser impredecibles si nos enfocamos en una sola cosa.
Rosling contaba, en el décimo capítulo de “Factfulness”, sobre el costo de una decisión ante una extraña condición que surgió en un área costeña llamada Memba, en Mozambique. El médico había atendido a pacientes con una extraña enfermedad que les paralizaba las piernas y, en casos severos, los dejaba ciegos. Sin embargo, Rosling no tenía idea de si la enfermedad era contagiosa o si se trataba de un envenenamiento.
Sin embargo, ante la pregunta del alcalde de Nacala, si consideraba que debía sacar al ejército para bloquear la ciudad y evitar que la enfermedad llegara ahí, el médico aconsejó hacer el bloqueo. Rosling narra que, tras iniciar el bloqueo, aproximadamente unas 20 mujeres, con sus hijos, esperaron al bus que los llevaría de Melba a Nacala para vender sus bienes en el mercado. Al enterarse de que no llegaría el bus, acudieron a la playa para pedir a los pescadores que los lleven por mar. Como consecuencia, los pescadores llenaron sus botes al tope. Sin embargo, los botes volcaron y nadie pudo nadar; niños, madres y pescadores terminaron muertos.
Más allá de que posteriormente se descubrió que en realidad la causa de la enfermedad fue efectivamente un envenenamiento y no una enfermedad contagiosa, la trágica anécdota es reveladora. Ciertas medidas tienen consecuencias difíciles de prever y los seres humanos actúan según sus necesidades. La principal motivación de estas personas en Mozambique era económica. Querían vender sus bienes y para ello decidieron burlar el bloqueo.
Pero no nos confundamos. Que la razón sea económica no la hace menos importante. Justamente, estas personas necesitaban vender para, probablemente, llevar un poco de alimento a sus mesas. Estas personas necesitaban hacer dinero para, efectivamente, vivir. Y aquí es donde pierde sentido esa disyuntiva entre economía y vidas.
Luchar contra el coronavirus o cualquier pandemia no es poner a la salud primero y a la economía segundo, porque justamente lo que pocos ven es que la economía es sinónimo de vida, salud y educación. Claro, quienes hoy reflexionan y tuitean desde su balcón, quizás tienen el privilegio de un salario por hacer trabajo remoto. Quizás tienen el beneficio de tener un banco en la esquina de su casa, una bodega a la otra esquina, un jardín para su perro, agua corriente y luz.
Un mes o dos pueden ser sobrevividos sin problema. Quizá con unos kilos de más, mucha canchita y Netflix. Pero para otros, una parálisis económica es muerte. Para el mundo, no trabajar es sinónimo de no producir, de enfermedad, de peores sistemas de salud. Hay una correlación directa entre PBI per cápita (un promedio de cuánto produce una persona en determinado país) y expectativa de vida. También, los países con mayor PBI per cápita suelen puntuar más alto en el índice de desarrollo humano. Es decir, si nuestra gente produce más, tiene una mejor calidad de vida. Esto es, acceso a salud, alimentación, servicios básicos, agua, electricidad, educación, entre otros.
Es decir, esa idea de priorizar vidas por encima de la economía se vuelve ridícula. Las cosas no son tan simples. No hay tal cosa como vidas versus economía. Aunque reduzcamos los contagios en un 100% y se vaya el virus para siempre, no sabremos cuáles serán los efectos en la economía; entiéndase efectos en la economía por una persona que no va a tener dinero para mandar a sus hijos al colegio; un hipertenso que no va a poder comprar sus pastillas porque no le alcanza; un paciente que no puede pagar su quimioterapia porque no tiene dinero este mes. Por alguien que no puede comprar suficiente comida porque no hay dinero. Por más anemia en niños, que van a ser marcados de por vida. La pobreza es, también, muerte. Más lenta, sí, menos noticiosa, también; y duradera. No sé si somos realmente conscientes de lo que supone paralizar una economía, pero espero que lo que se está haciendo no sea en vano. Permitir que la gente vuelva a trabajar debe ser, también, urgente.