Impuesto a la riqueza: la solución mágica – por Renán Ortega

por 24 Abr, 2020

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REUTERS/Sebastian Castaneda

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Escribo esto poco sorprendido ante la inconsecuencia de quienes hoy defienden un “impuesto a la riqueza”. Resulta que mañana un impuesto a la riqueza va a ser la salvación para el país. De pronto, todo va a funcionar bien, el dinero va a llegar a quienes debe llegar y los pobres van a obtener lo que necesitan para vivir.

No me sorprende el razonamiento de muchos, pero sí me resulta gracioso. Me resulta gracioso que vivamos eternamente quejándonos de que el Estado no llega a los más pobres. Nos quejamos constantemente de que no se construyen hospitales, carreteras, de que los gobernantes son corruptos, que se tiran la plata.

Nos quejamos de que la clase política está corrompida. Nos quejamos de que solo viven para robar nuestro dinero. Todos los años vemos que el nivel de ejecución presupuestal no es de los más altos. Vemos que no se invierte en muchos proyectos. Sabemos, pues, que en el Perú no es que falte plata; nuestro Estado es un ahorrador por excelencia. Lo ha hecho por años y, mientras nuestro Estado ahorra, los hospitales y las camas se honguean llegando a su tope.

Porque si bien hoy el coronavirus nos tiene en vilo, bien pudo (o podría) ser un terremoto. Bien podría ser un huaico, bien podría ser cualquier otra enfermedad. Nuestro Estado no ha sido capaz, desde hace décadas, de ejecutar planes (por lo menos en sentido general) con celeridad y eficiencia —en el sector salud a veces la ejecución presupuestal para proyectos de inversión no llegaba ni al 50% (aunque ha venido aumentando en los últimos años y llegó a casi el 70% en el 2019).

El mayor gasto de nuestro presupuesto no se va en inversiones y proyectos, se va en gastos corrientes. En pagar planillas. Buena parte se va en burocracia. Para hacer compras, para iniciar un proyecto, para hacer obras, se necesita todo un andamiaje de procesos y personas que tienen que hacer acrobacias para sacar adelante un proyecto y para esquivar acusaciones penales (a veces justas, otras no tanto). En otras palabras, nuestro Estado, manejando plata, es bueno solo para tenerla guardada. Ejecutar es difícil, lento, engorroso y costoso. Para sacar adelante un plan, uno tiene que luchar contra el sistema.

Veamos el caso del Niño Costero. Crisis que, entre el 2016 e inicios del 2017, generó desastres especialmente en el norte de nuestro país. Desde inicios del 2019 hasta mediados de ese año, no se había ejecutado ni siquiera el 13% del presupuesto para la Reconstrucción con Cambios. Entre setiembre del 2017 y octubre del 2018, según la Contraloría, la Reconstrucción con Cambios solo había ejecutado el 25% de su presupuesto y, en teoría, según el plan, debía ejecutarse todo para el 2021.

Y no nos vayamos tan atrás, en teoría nuestro gobierno compró lotes de mascarillas por S/24 millones que debieron llegar máximo para el 18 de abril. Más o menos 1.4 millones de mascarillas que, al día de hoy, no han llegado. ¿Esto se va a solucionar con más impuestos a los ricos? Nos están distrayendo de las cosas que realmente importan en este momento. Somos incapaces, como siempre hemos sido, de siquiera hacer las compras mínimas que una emergencia requiere.

Y a pesar de esto. A pesar de que sabemos que nuestros funcionarios no son lo más eficiente del mundo y que nuestro sistema cojea de todas sus patas, venimos con una propuesta que nos dice que hay que cobrar más a los ricos, como si el problema fuese que nos falta plata. Como si mañana, por arte de magia, esa plata de los más ricos, en manos de Vizcarra y su gabinete, vaya a hacer que todo sea más eficiente de pronto y que el dinero fluya hacia los pobres.

Nos están distrayendo con el miedo que las crisis acentúan. Digamos que mañana los peruanos donan todo su dinero al Estado para que lo maneje. ¿De verdad creen que ese dinero va a llegar a los más pobres y que todo funcionará mejor? Nuestros problemas pasan por otro lado. Tenemos un sistema deficiente. No tenemos la capacidad para ejecutar. Comprar cosas, para el Estado es difícil. Repartirlas, peor aún. Tenemos a un Estado con mucho dinero que nunca ha sabido —o querido— (¿ni sabrá?) usarlo y ahora queremos, por alguna extraña razón (o no tan extraña), darle más dinero.

Un impuesto a la riqueza no nos va a hacer más eficientes, pero sí le va a sacar una sonrisa a varios que en cuarentena engordan mientras comparten memes. Que, probablemente y casualmente, reciben su salario de la empresa de algún rico o, cómo no, del propio Estado, cuyo dinero sale, también, de los que tienen para pagar sus impuestos.

Mientras poco a poco nuestros ciudadanos se empobrecen y pierden sus trabajos, mientras las camas en UCI llegan a su tope y se nos acaban las pruebas para identificar a contagiados por el Covid-19, el Estado habla de impuestos a la riqueza, del patriarcado, del capitalismo, de China y de control de precios. Porque así es cuando todo es político… nuestro gobierno intenta convertir una emergencia en una cruzada ideológica, preocupado por promover, Farid Matuk dixit, “un exceso de igualdad”, mientras fracasamos en hacer las compras más elementales. ¿Dónde están las mascarillas? ¿Dónde están los respiradores? ¿Cómo están nuestras Unidades de Cuidados Intensivos? ¿Hay verdaderamente un plan para saber hasta cuándo, más o menos, estaremos en cuarentena? ¿Nos seguirán diciendo, indefinidamente, que se extiende por dos semanas más? Dudo que esas respuestas lleguen pronto, pero espero que lleguen, por el bien de todos los peruanos.

Equipo de Investigación

Área de investigación de Enterarse.com

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