Por: Enterarse
Equipo de investigación
En los últimos años, se escucha en varios ámbitos que la empatía es una facultad importante para resolver problemas sociales y morales. Muchos consideran que ser empático es una virtud que deberíamos desear. Sin embargo, algunos estudiosos sospechan que muchas veces la empatía no solo puede traer consecuencias negativas, sino que incluso puede ir en contra de principios morales generalmente aceptados. A continuación, te explicamos por qué.
- La empatía es un proceso imaginativo complejo en el cual uno logra sentir las mismas sensaciones que la persona que uno está observando.
- La idea de que la empatía es buena para la moral y la política es que con la empatía uno puede identificarse con los más necesitados y de esta manera ayudarlos.
- Sin embargo, hay muchas razones para pensar que la empatía puede ir en contra de nuestras intuiciones morales.
- Estudios han demostrado que tener empatía hacia las víctimas o acusados, puede influir en la gravedad de las sentencias judiciales.
- Asimismo, es mucho más probable que sintamos empatía con las personas más similares a nosotros, en comparación con otros grupos.
- Estudios han mostrado que la empatía puede incluso ir en contra de principios de justicia generalmente aceptados, como la imparcialidad.
- Algunos de los autores que han mostrado los problemas que puede generar la empatía son el filósofo Jesse Prinz y los psicólogos Paul Bloom, Steven Pinker y C. Daniel Batson.
Empecemos por lo básico. ¿Qué es la empatía? Este es un término que solemos usar a menudo. Muchas veces, exigimos a las personas que sean empáticas y admiramos esa cualidad. De hecho, según Amy Coplan, profesora de filosofía de la Universidad Estatal de California, este concepto ha recibido una atención enorme en los últimos años, apareciendo en la prensa, en las campañas políticas, en una serie de estudios psicológicos y también en filosofía.
Sin embargo, si bien es usado en un amplio rango de disciplinas y prácticas sociales, el concepto es muy vago y puede significar varias cosas. De hecho, Coplan nos da una lista de los significados más usados de este término:
Esta cantidad de definiciones, explica la autora, ha creado serios problemas para el estudio de la empatía, haciendo difícil saber a qué procesos o estados mentales realmente se refieren los autores en sus investigaciones. Efectivamente, preocuparse por otro (3), no es lo mismo que imaginarse en la situación de otro (4) o sentir lo que el otro siente (1): son procesos mentales distintos.
Por ello, Coplan nos brinda una conceptualización más precisa de este término usando como base recientes investigaciones de la psicología y la neurociencia.
Según ella, la empatía es un proceso imaginativo complejo en el que uno simula los estados psicológicos de otra persona manteniendo una clara diferenciación con esta.
Esta definición encierra tres propiedades que, para Coplan, son esenciales cuando uno tiene empatía: la concordancia afectiva, tomar la perspectiva de otro y, por último, una clara diferenciación con el sujeto observado. Esta conceptualización, explica la autora, permite capturar una serie de características clave del sentido ordinario del término y, además, es acorde a las últimas investigaciones psicológicas y neurocientíficas.
La primera característica esencial es la concordancia afectiva. ¿Qué significa esto? Significa que cuando empatizamos con otro llegamos a tener sus mismos estados afectivos. Por ejemplo, si empatizamos con alguien que siente se triste, entonces nos pondremos tristes. Si empatizamos con alguien con ira, entonces tendremos ira.
Ahora, como explica Coplan, es necesario que el estado psicológico que obtengamos al empatizar sea cualitativamente el mismo que el de la persona que estamos observando. Veamos un ejemplo. Imaginemos que estamos observando a una amiga claustrofóbica atrapada en un ascensor. Digamos ahora que nosotros sabemos que nuestra amiga es claustrofóbica y nos imaginamos su situación. En este contexto, puede suceder, por ejemplo, que sintamos pena por nuestra amiga. Sin embargo, esto no sería empatía. La idea de la empatía es lograr sentir justamente eso que siente la otra persona.
En el caso de nuestro ejemplo, tendríamos empatía si sintiéramos miedo al imaginarnos la situación de nuestra amiga. Ahora, esto no significa que tenemos que sentir las emociones de nuestra amiga con la misma intensidad, simplemente que sintamos miedo, así como nuestro amiga.
La siguiente característica fundamental es tomar la perspectiva del otro. La empatía es un proceso imaginativo: nos imaginamos ser otra persona en su situación. Es importante recalcar que no es simplemente ponernos en la situación de otro o, como usualmente se dice, ponernos a nosotros mismos en los zapatos del otro. En realidad, debemos imaginarnos ser el otro en sus zapatos. Veamos esta sutil diferencia con el ejemplo de nuestra amiga claustrofóbica.
Para tener empatía hacia nuestra amiga, se requiere ir más allá de imaginarnos estar dentro de un ascensor detenido. Si nosotros no somos claustrofóbicos, probablemente estaremos tranquilos, porque sabemos que en algún momento alguien nos ayudará. No llegaríamos de esta manera a tener una concordancia afectiva con nuestra amiga.
Para tener empatía, es necesario imaginarnos cómo sería ser nuestra amiga en su situación. Tendríamos que imaginar, por ejemplo, que tenemos claustrofobia, que en esas situaciones se nos vendrán distintos pensamientos como que el aire se puede acabar o que tal vez nadie se entere que estamos ahí.
Como explica Coplan, no es fácil cumplir esta condición que requiere la empatía. Ella afirma que cuando el otro es muy distinto a nosotros, es difícil reconstruir sus experiencias subjetivas. Como resultado, es más fácil empatizar con quienes conocemos y consideramos son similares a nosotros. Además, añade Coplan, el esfuerzo requerido para tomar la perspectiva del otro es un proceso motivado y controlado que no es automático ni voluntario y, además, demanda que el observador atienda a las diferencias relevantes entre él y el otro.
Por último, tenemos la característica de una clara diferenciación entre uno y la persona con la que se está empatizando. Existen ciertos casos, afirma Coplan, en los que esta característica no se cumple. De hecho, es posible lograr una concordancia afectiva tomando la perspectiva del otro, es decir, perdiendo la conciencia de que uno es un agente distinto al otro. Estos casos no son usualmente discutidos fuera de la psicología clínica, pero no son poco comunes. La autora explica que esto sucede cuando las fronteras entre individuos son muy porosas o no existen y cada uno está demasiado atrapado en la vida del otro, demasiado involucrado y preocupado por el otro. De esta manera, el observador empieza a experimentar la perspectiva del otro como suya.
Ahora que ya sabemos qué es la empatía y cuáles son sus características esenciales, veamos el debate que se ha generado en torno a este concepto.
Paul Bloom, profesor de psicología y ciencia cognitiva de la Universidad de Yale, en su libro Against Empathy: the case for rational compassion, afirma que la gente comúnmente asume que la empatía es un bien absoluto. Uno nunca puede ser demasiado empático. Él afirma que muchos creen que la empatía va a salvar al mundo y, de hecho, que este es el caso particular de aquellos que apoyan causas progresistas. Por ejemplo, él cita a George Lakoff, profesor de lingüística de la Universidad de California, quien haciendo recomendaciones a los políticos progresistas de Estados Unidos, afirmó lo siguiente: detrás de cualquier política progresista subyace un solo valor fundamental: la empatía.
Como explica Bloom, tiene sentido que la empatía sea vista por muchos como una bala mágica para la moral. La empatía hace que las experiencias de otros sean importantes: el dolor de otros se convierte en nuestro dolor. La empatía, sostiene el autor, nos empuja a tratar a los otros como nos tratamos a nosotros mismos y, de esta manera, expande nuestras preocupaciones egoístas que pasan a abarcar también a otras personas.
La empatía, continúa Paul Bloom, nos puede hacer preocuparnos por un esclavo, por una persona sin hogar o por alguien en confinamiento solitario, pero también nos hace preocuparnos por el adolescente gay que es abusado por sus pares o por una víctima de violación o por miembros de una minoría detestada.
Ahora, si bien estos presupuestos tienen sentido, Bloom sospecha que la capacidad de empatía puede ser moralmente corrosiva. Él afirma que esta puede llevar a tomar malas decisiones e incluso generar malos resultados. ¿Por qué es así? A continuación, veremos algunas razones por las cuales actuar guiados solamente por la empatía puede ser problemático desde un punto vista moral.
Jesse Prinz, profesor de filosofía de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, sostiene que la empatía es por mucho negativa para la moral. En su texto, Against Empathy, Prinz da una serie de razones por las cuales esta facultad podría llevarnos a resultados indeseados.
Por un lado, es fácil manipular a través de la empatía. En un estudio citado por Prinz, se sugiere que los jueces establecen sentencias más fuertes a los criminales cuando las víctimas están visiblemente tristes. En contraposición, cuando los acusados muestran arrepentimiento, los jueces dan sentencias más leves. De esta manera, afirma Prinz, es probable que la empatía altere los veredictos. Para él, lo que verdaderamente importa cuando se establecen sentencias judiciales no son las emociones de las víctimas o de los acusados, sino los daños causados y si los perpetradores son realmente culpables.
Por otra parte, explica Prinz, la empatía tiene un sesgo hacia aquellas personas parecidas a nosotros, tal como vimos en la segunda sección. Esto ha sido mostrado a través de estudios con imágenes del cerebro. Según Prinz, se encontró, por ejemplo, que las personas caucásicas eran más empáticas hacia otras personas caucásicas, en comparación con personas chinas. De la misma manera, también se ha encontrado deficiencias en la empatía de los caucásicos por personas del sudeste asiático y descendientes de africanos. Todo esto muestra que la empatía no es imparcial: sentimos más empatía por aquellos parecidos a nosotros, lo cual no necesariamente es bueno desde un punto de vista moral.
En concordancia con Prinz, Steven Pinker, profesor de psicología de la Universidad de Harvard, señala que nuestra capacidad de sentir empatía está ligada a factores como la amistad, la semejanza, el parentesco, el aspecto físico, entre otros. Y, agrega Pinker, tiene sentido que la empatía sea limitada y no universal: sería emocionalmente agotador sentirla, por ejemplo, por cada persona que sepamos que está triste, deprimida o que está sufriendo.
Pero, además, la empatía puede llevarnos a tratar a las personas de manera desigual. Por ejemplo, podemos citar un estudio publicado por un grupo de profesores estadounidenses de psicología en el Journal of Personality and Social Psychology. A través de dos experimentos distintos, este equipo de psicólogos encontró que la empatía podía llevar a las personas a tratar de manera desigual a otras, favoreciendo así a quienes les generaban empatía.
En uno de los experimentos, por ejemplo, se le pedía a un participante asignar distintas tareas a dos personas diferentes. Las tareas consistían en responder preguntas. Sin embargo, una de ellas tenía consecuencias positivas, mientras que la otra negativas. En el caso de la tarea con consecuencias positivas, las personas obtenían un boleto de rifa para ganar una tarjeta de US$30 por cada respuesta correcta, mientras que, en la tarea con consecuencias negativas, las personas no obtenían nada por las respuestas correctas y, más bien, recibían un choque eléctrico incómodo por unos minutos por cada respuesta incorrecta. Cabe resaltar que, en realidad, a los participantes se les engañaba para que piensen que estaban distribuyendo estas tareas a personas reales.
En total, participaron 60 mujeres estudiantes de psicología de la Universidad de Kansas. Los investigadores las agruparon en tres grupos de 20. El primer grupo no tendría ninguna clase de comunicación con las personas a las que iban a asignar cada una de las tareas. El segundo grupo y tercer grupo recibirían una supuesta nota escrita de una de las personas a quien se le asignaría una de las tareas.
Esta nota estaba diseñada para generar empatía. Sin embargo, al segundo grupo se le pedía que trate de ser lo más objetivo posible, mientras que al tercero se le pedía imaginar ser la persona que había escrito la nota. Además, a todos los participantes se les indujo la idea de que la forma justa de distribuir la tarea era usando un método aleatorio como tirar una moneda.
El resultado fue que el primer grupo en su totalidad distribuyó las tareas de una manera aleatoria (usando una moneda o alguna otra forma). En el grupo que leyó la nota, pero que debía ser objetivo, 17 participantes usaron métodos aleatorios, mientras que 3 eligieron darle la tarea con consecuencias positivas a la persona que escribió la nota. Por último, en el caso del grupo al que se le pidió imaginar la situación de la persona de la nota, solo 10 usaron el método aleatorio, mientras que el resto eligió darle la tarea con consecuencias positivas a la persona de la nota.
Según los autores, estos resultados demuestran que el altruismo que puede generar la empatía y los deseos por ceñirse a un principio moral de justicia son independientes. A veces, pueden cooperar, pero otras veces seguir la motivación que nos da la empatía puede ir en contra de los principios de justicia.
En otro experimento, el mismo grupo de psicólogos mostró que las personas que empatizaban con Sheri, una niña de 10 años con una enfermedad grave, estaban dispuestas a apoyarla para que el tratamiento médico se saltara a otros niños que habían estado esperando por más tiempo para recibir atención o que tenían condiciones más graves. Aunque los participantes que estaban dispuestos a beneficiar a Sheri señalaban que la imparcialidad era moralmente superior a la parcialidad, estaban dispuestos a actuar de manera parcializada cuando sentían empatía hacia Sheri.
El ya citado Steven Pinker nos recuerda que esta discrepancia que a veces se produce entre la empatía y nuestro sentido de justicia tiene importantes implicancias a la hora de considerar el rol que debe jugar la empatía en las políticas públicas. Por ejemplo, solemos preferir que los gobernantes actúen de manera imparcial, ascendiendo u otorgando cargos públicos a expertos en base a sus méritos. En cambio, habitualmente, condenamos a los gobernantes que reparten cargos públicos entre sus amigos o familiares basándose en la empatía.
Como podemos ver, la empatía es un proceso complejo por el cual imaginamos ser otra persona es su situación y, gracias a ello, obtenemos las sensaciones que estos están experimentando. Debido a que la empatía nos permite sentir lo que sienten otros, muchos sostienen hoy en día que es necesaria una mayor empatía en diversos ámbitos. Sin embargo, como se puede observar, la empatía puede impulsarnos a actuar en contra de aquello que consideramos bueno o justo. La empatía, entonces, puede no ser la mejor base para la moral y las políticas públicas.