
El 9 de diciembre de 1824, el Ejército Unido Libertador del Perú derrotó al Ejército Real del Perú, sellando de forma definitiva la independencia de las nacientes repúblicas sudamericanas. ¿Cómo se desarrolló esta batalla y cuáles fueron sus efectos? ¿Fue una batalla de peruanos contra españoles? ¿Cuál era el origen de los ejércitos enfrentados? A continuación, te contamos esta historia.
Resumen
- La inestabilidad política en el Reino de España, causada por la invasión napoleónica y la pugna entre absolutistas y liberales, debilitó al Virreinato del Perú, el último gran bastión realista en América del Sur.
- Si bien la independencia del Perú había sido proclamada por José de San Martín en 1821, para inicios y mediados de 1824 esta aún no se consolidaba y gran parte del país estaba bajo la autoridad del virrey José de La Serna.
- A inicios de 1824, el ejército realista del Alto Perú (actual Bolivia), liderado por Pedro Antonio Olañeta, se rebeló y enfrentó a las fuerzas del virrey La Serna.
- En el Ejército Real del Perú, tan solo una minoría era española. La mayor parte de las tropas eran indígenas y criollos peruanos.
- En el Ejército Unido Libertador del Perú imperaban los grancolombianos, a pesar de los muchos peruanos incorporados a sus unidades.
- La batalla de Ayacucho selló la independencia de América del Sur.
- Tras la independencia, los abusos contra la población indígena y la esclavitud continuaron.
Pugnas entre realistas españoles: el contexto de la independencia del Perú

Durante los últimos años de la guerra por la independencia de América, los defensores de la corona española se dividieron en dos bandos: liberales y absolutistas. Si bien ambos bandos creían en el sistema monárquico, discrepaban en los límites que debía tener el rey. Los liberales defendían la Constitución de Cádiz de 1812, que establecía un sistema político de monarquía constitucional. Los absolutistas, por su parte, consideraban que el poder del rey no debía estar limitado por una constitución, sino que debía ser absoluto.
La Constitución de Cádiz había sido suscrita en un periodo de particular crisis política y social para España. Entre 1808 y 1814, el rey español Fernando VII estuvo secuestrado en Francia. Además, había sido obligado a renunciar al trono por Napoleón Bonaparte, quien impuso a su hermano José Bonaparte como rey de los españoles. Esto último generó que los españoles se alzaran en armas para luchar por su independencia. Es en este contexto de lucha contra la invasión francesa que, en 1812, las autoridades españolas leales a Fernando VII promulgaron la Constitución Cádiz.
Ahora bien, en 1814, cuando los franceses fueron derrotados y expulsados de España, Fernando VII retornó al poder y anuló la Constitución de Cádiz. De este modo, acabó con el pretendido monarquismo constitucional y restableció el absolutismo, lo que ocasionó el descontento de varios sectores liberales.
Tal descontento se manifestó en 1820. En enero de aquel año, un ejército de 20 mil soldados se encontraba en Sevilla a punto de partir a América para luchar contra la independencia. Se trataba de refuerzos vitales para las desgastadas fuerzas realistas que resistían en el continente americano. Sin embargo, entre 3 mil y 5 mil hombres de ese contingente, encabezados por el coronel Rafael del Riego, se sublevaron e hicieron que se reinstaure la Constitución de Cádiz. De este modo, el contingente de 20 mil soldados españoles no llegó a América y se dio inicio al llamado el Trienio Liberal, periodo de tres años en el que el rey Fernando VII gobernó sujeto a la carta de Cádiz.
Para el momento de la sublevación de del Riego, la mayor parte de la América continental había conseguido su independencia a excepción del Virreinato del Perú, principal bastión de la corona española en la región. Allí, el llamado Ejército Real del Perú, fuerza integrada principalmente por criollos e indígenas peruanos (la minoría eran españoles), seguía luchando contra las fuerzas independentistas, que necesitaban derrotar a este ejército para consolidar la independencia de la región.
En enero de 1821, José de La Serna y otros militares realistas de tendencia liberal derrocaron al virrey Joaquín de la Pezuela debido a que estaban descontentos con su manejo político, económico y militar. Algunos meses después de este episodio, conocido como el Motín de Aznapuquio, los realistas abandonaron Lima y se trasladaron a la sierra, estableciendo como nueva capital del virreinato la ciudad del Cusco. A raíz de la destitución de Pezuela, La Serna asumiría el liderazgo de las fuerzas realistas peruanas y se convertiría en el último virrey no interino del Perú.
Tras el retiro de los realistas de Lima, José de San Martín, quien ya había desembarcado en el Perú junto con su ejército, ingresó a a la capital del país y, el 28 de julio, proclamó la independencia peruana. Lo anterior constituyó más un triunfo político que militar, debido a que la guerra se prolongó durante tres años más, toda vez que los realistas continuaron resistiendo desde la sierra.
Mientras tanto, en Europa, una fuerza militar organizada en Francia llamada “Los cien mil hijos de San Luis” invadió España para volver a restablecer el absolutismo. Así, gracias a estas fuerzas, Fernando VII decretó el fin del Trienio Liberal el 1 de octubre de 1823, con lo que el país regresó al sistema absolutista. Poco después, en noviembre de ese año, Rafael de Riego fue ejecutado.

(Virrey José de la Serna. Imagen: Wikimedia Commons)
En enero de 1824, recientemente enterado del fin del Trienio Liberal, Pedro Antonio Olañeta, comandante de las fuerzas realistas acantonadas en Alto Perú (actual Bolivia), se rebeló y desconoció la autoridad del virrey La Serna. Olañeta era absolutista y se opuso a La Serna y a los demás militares que habían depuesto a Pezuela, el virrey anterior. Con sus cerca de 4 mil hombres, este comandante español no solo se negó a seguir obedeciendo al virrey, sino que se le enfrentó militarmente.
Ante esta situación, La Serna tuvo que dividir su ejército en dos fuerzas principales: el Ejército del Norte, bajo el mando de José de Canterac, con el fin de enfrentar a los independentistas; y el Ejército del Sur, bajo el mando de Jerónimo Valdés, con el fin de enfrentar a las fuerzas de Olañeta.

Es en este contexto de disputas entre los realistas del Virreinato del Perú que se produjo la derrota realista en la Batalla de Junín, el 6 de agosto de 1824, enfrentamiento en el que las fuerzas del libertador Simón Bolívar derrotaron a las tropas comandadas por el mariscal español José de Canterac.

(José de Canterac. Pintor desconocido)
En la batalla de Junín, los realistas perdieron una importante parte de su caballería. De acuerdo con el historiador y jurista Enrique Chirinos Soto, esta derrota ocasionó que Canterac perdiera prestigio y que el virrey La Serna asumiera en persona el mando del ejército.
A partir de entonces, señala Chirinos Soto, los ejércitos independentista y realista se entregaron a “una complicada guerra de movimientos en la que se libran escaramuzas y encuentros aislados”. Si bien en Junín los realistas no tuvieron muchas bajas, 248 caídos entre muertos y heridos, además 80 prisioneros, de un total de 8 mil hombres, el desastre estuvo en la retirada. Tras la batalla, las derrotadas fuerzas de Canterac se dirigieron al Cusco, perdiendo en el camino unos 3 mil hombres entre desertores, rezagados, enfermos y extraviados.

(Jerónimo Valdés. Foto: Panorama Español)
15 días después de la batalla de Junín, las fuerzas del virrey bajo el mando del mariscal Jerónimo Valdés, enviadas al sur a enfrentar a Olañeta, vencieron a los realistas rebeldes en la Batalla de La Lava. El ejército del virrey peleaba en dos frentes y necesitaba concentrar sus fuerzas para enfrentar a los independentistas. Para ello, el virrey La Serna ordenó que las fuerzas de Valdés dejaran de combatir a Olañeta y se le unieran.
En cuanto a los independentistas, el 4 de setiembre de ese año, el libertador Simón Bolívar partió a Lima en busca de refuerzos procedentes de la Gran Colombia (actuales Ecuador, Colombia y Venezuela),por lo que cedió el mando del ejército a su mano derecha, el general Antonio José de Sucre. Este militar venezolano se encargó de culminar la gesta libertadora en la batalla de Ayacucho.

(Retrato de Antonio José de Sucre. Autor: Martín Tovar y Tovar)
Fuerzas en combate
No hay consenso sobre el número de soldados que tenía cada ejército al enfrentarse en la Batalla de Ayacucho. Según la “Historia militar del Perú”, del historiador peruano Carlos Dellepiane, las fuerzas del virrey La Serna en Ayacucho habrían sido unos 9,320 soldados con 11 piezas de artillería. De estos, tan solo unos 500 eran españoles peninsulares. La mayor parte del Ejército Real del Perú eran hombres del Perú y del Alto Perú, a los que se sumaban soldados de la zona argentina de Salta y algunos de la isla chilena de Chiloé.

Con respecto al Ejército Unido Libertador del Perú, Dellepiane señala que, para mayo de 1824, este ejército estaba conformado por 8,051 hombres. Según él, de esas fuerzas unos 5,780 soldados y dos piezas de artillería habrían estado en Ayacucho bajo el mando de Sucre.

No todos, sin embargo, concuerdan con estos números. Por ejemplo, el mariscal español Jerónimo Valdés se manifestó al respecto pocos años después de la independencia. De acuerdo con Valdés, el número de independentistas fue:
“(…) disminuido para aumentar el valor del triunfo en esta batalla, pues de los estados tomados en sus equipajes resulta haber abierto la campaña con 11,000 hombres de todas armas.”
Es importante resaltar que tanto Valdés como Andrés García Camba, otro mariscal español que participó en la batalla, indican que muchos hombres del ejército realista eran “prisioneros pasados del enemigo”. Al respecto, García Camba señala que las tropas del rey estaban compuestas “en su totalidad de indígenas y un considerable número de prisioneros y pasados del enemigo” y que el total de “soldados de confianza por su instrucción y experiencia y el de europeos de todas las clases, excedería muy poco de 500”. Por su parte, Valdés, señala que los europeos “no eran más de 500 de soldado a jefe” y que la casi totalidad del Ejército Real del Perú estaba conformada por “prisioneros hechos en las batallas anteriores, o de indios tomados a la fuerza”, práctica también llevada a cabo por el ejército independentista.
Al respecto, el historiador peruano Herbert Morote, académico fundador de la Universidad de Lima, señala que “el reclutamiento de indígenas y campesinos para ir a pelear en una guerra entre sus explotadores fue inmisericorde”. Así, por ejemplo, señala que Bolívar decretó en el norte del país “el reclutamiento de niños mayores de 12 años hasta hombres de 40”, incorporando a muchos como reemplazos en los batallones grancolombianos (procedentes de las actuales Colombia y Venezuela); y que Andrés de Santa Cruz (futuro presidente de la Junta de Gobierno del Perú, presidente de Bolivia y protector de la Confederación Perú-Boliviana) apresó a 2 mil hombres (muchos que previamente habían escapado al reclutamiento del ejército realista) y los incorporó al ejército independentista.
Por otra parte, Valdés manifiesta que los 9,310 hombres que los realistas tenían a fines de octubre se habían reducido a 5,876 infantes 1,030 caballos y 11 piezas de artillería. Según Valdés, los supuestos 9,310 realistas que otros consignan en la Batalla de Ayacucho se deberían a documentación que los independentistas tomaron al inicio de la campaña, sin tener en cuenta, entre otas cosas, «las bajas que necesariamente debían haber ocurrido en tan penosa y larga campaña”.
Corpahuaico: una acción previa
Seis días antes de la batalla de Ayacucho, los realistas infringieron una derrota a las fuerzas independentistas comandadas por José Antonio de Sucre. El 3 de diciembre de 1824, la retaguardia independentista fue alcanzada por la vanguardia realista en la quebrada de Corpahuaico, al sur de Huamanga (Ayacucho). Allí, las fuerzas del mariscal Valdés se lanzaron contra los batallones Vargas, Vencedor y Rifles, este último conformado por voluntarios británicos comandados por el irlandés Arthur Sandes.
Las bajas para los independentistas fueron importantes: entre 200 y 300 muertos, además de unos 200 prisioneros y heridos. Asimismo, perdieron mulas, caballos de repuesto, parte del parque de campaña (municiones, víveres, artefactos militares) y una de las dos piezas de artillería con las que contaban. Buena parte de estas bajas correspondieron al batallón Rifles, que fue el más afectado al resistir el ataque y cuyo esfuerzo permitió escapar al resto del ejército independentista. Este batallón quedó reducido a una mínima expresión, perdiendo a unos de sus comandantes, el mayor Thomas Duckbury. Por su parte, los realistas no perdieron más de 30 hombres.
La Batalla de Ayacucho
Etimológicamente, Ayacucho significa “Rincón de los muertos”. En tiempos de la Guerra de Independencia, el territorio del actual departamento de Ayacucho se denominaba Intendencia de Huamanga, con capital en San Juan de la Frontera de Huamanga. Dicha ciudad, conocida hoy en día como Ayacucho o simplemente como Huamanga, continúa siendo la capital del departamento mencionado. A 12 kilómetros al noreste de la ciudad de Huamanga, en la pampa de la Quinua, es donde se produjo el encuentro militar que selló la independencia de América del Sur.
En la mañana del 9 de diciembre de 1824, los realistas ocuparon posiciones ventajosas en las alturas del cerro Condorcunca, mientras que los independentistas se encontraban abajo, en la Pampa de la Quinua.

(Pampa de la Quinua, lugar donde se desarrolló la Batalla de Ayacucho. Foto: Randal Sheppard)
El ejército independentista, bajo el mando de Antonio José de Sucre, se posicionó de la siguiente forma: el general José de La Mar a la izquierda, comandando la Legión Peruana; en el centro, se encontraba la división de Jacinto Lara y la caballería comandada por Guillermo Miller; en la derecha, el general José María Córdova. Con respecto a su artillería, solo tenían un cañón de largo alcance, ubicado a la izquierda junto a La Mar. La reserva estaba formada por la Segunda División Colombiana y el Regimiento Húsares de Junín.

Por su parte, la formación del ejército realista fue la siguiente: Valdés comandaba el lado derecho; en el centro estaba Juan Antonio Monet; en la izquierda, Alejandro González Villalobos con un escuadrón de caballería a su flanco. En la retaguardia, detrás de Villalobos, estaba la caballería, comandada por el brigadier Valentín Ferraz; José de Canterac dirigía la reserva. Una parte de la artillería (de 14 cañones que no se habían terminado de desmontar) estaba en la retaguardia de Villalobos. La otra parte de la artillería estaba en la retaguardia de Valdés.
El plan de los realistas consistía en embestir con las fuerzas de Valdés el ala izquierda independentista (donde estaba La Mar), a fin de hacerla retroceder y envolverla para, entonces, atacar por ese costado (el flanco) y la retaguardia al resto del ejército libertador. Al mismo tiempo, Villalobos tendría que atacar al lado derecho del ejército libertador en una especie de operación de tenaza.
Antes de la batalla, se permitió reunirse en un espacio neutral a varios jefes y oficiales que tenían hermanos, parientes y amigos en el ejército contrario. De este modo, unos 50 militares realistas e independentistas se despidieron antes de que se retomaran las hostilidades. Un ejemplo de la división familiar ocasionada por esta guerra es el de Ramón Castilla, futuro presidente del Perú, quien además abolió al esclavitud. Su hermano Leandro se encontraba enrolado en fuerzas del virrey y, al igual que Ramón, también resultó herido en Ayacucho. Tras la guerra, Leandro Castilla partió a España, donde continuó su carrera militar.
Valdés ejecutó su plan atacando a la izquierda independentista, ubicada frente a él y comandada por José de La Mar. Por su parte, Sucre arengó a sus hombres exclamando: “De los esfuerzos de este día depende la suerte del Sur de América. Este será un día de gloria que coronará nuestra constancia… ¡Soldados!: ¡Viva el libertador! ¡Viva Bolívar, salvador del Perú!”.

(Jacinto Lara. Imagen: Wikimedia Commons)
La batalla se concentró en el enfrentamiento entre las fuerzas de Valdés y las de La Mar. Si la Legión Peruana retrocedía y se desbandaba, ganaban los realistas. A pesar del ataque, las tropas de La Mar aguantaron y, cuando comenzaron a ceder, Sucre les envió refuerzos. Además, Sucre ordenó que las fuerzas de Córdova (ubicadas en el ala derecha) ataquen el ala izquierda de los realistas. Es en este ataque que Córdova pronunció su célebre frase: «¡División! ¡Armas a discreción, de frente! ¡Paso de vencedores!».

Las fuerzas de Córdova arrollaron el ala izquierda realista, comandada por Villalobos. Frente a esta situación, Monet ordenó que sus fuerzas, que ocupaban el centro del ejército realista, desciendan de sus posiciones favorables a fin de apoyar a Villalobos. Sin embargo, Córdova los atacó antes de que terminaran de descender, batiéndolos y dispersándolos completamente.

(Retrato de José María Córdova. Autor: José María Espinosa)
Entonces, la división realista de Canterac atacó con la caballería realista a fin de rehacer la línea, pero fue contraatacado por la caballería independentista comandada por Guillermo Miller. El principal militar español no consiguió contener al ejército independentista. Así, La Mar se repuso y contraatacó a Valdés, quien realizó una resistencia desesperada al tiempo que el virrey, quien combatía como un oficial más, fue herido y hecho prisionero. Este último hecho es narrado en las memorias del mariscal español García Camba:
(…) el ilustre virrey, esperanzado todavía de contener tamaño desorden y restablecer el orden, se lanzó denodado entre las tropas batidas; pero no consiguieron más sus nobles esfuerzos que verse arrollado, recibir seis heridas de bala y arma blanca, ser derribado de su caballo y quedar por último prisionero del enemigo, cuya desgracia que así se divulgó acabó por desalentar a las tropas del rey (…)

(Retrato del general William Miller. Autor: C. Turner)
Ante el descalabro, algunos oficiales realistas se reunieron en las posiciones más altas, donde estaba la retaguardia, con unos 200 hombres de caballería que acompañaban a Canterac y otras tropas que habían podido salvarse del ala izquierda y del centro. Intentaron reunir a los dispersos y contener el avance de las fuerzas de Sucre, sin embargo, ya todo intento de reponerse fue inútil. Incluso, se dio el caso de un oficial asesinado por su misma tropa mientras se empeñaba en reagruparlos; otros oficiales estuvieron a punto de correr la misma suerte. En palabras de Valdés:
“(…) el terror y la facilidad que tenían nuestros soldados, casi todos del país (…) para ocultarse a través y por las barrancas de aquellas montañas, hicieron inútiles un sinnúmero de actos de arrojo que tuvieron lugar en esta hora desgraciada. (…) No debe sorprender esta conducta, habiéndose ya dicho repetidas veces la especie de soldados que componían nuestras filas, con los cuales no podía contarse de modo alguno en el momento que nos abandonase la victoria, pues los prisioneros habían de tratar de volverse, como lo hicieron, a los campos enemigos, y los indígenas de buscar sus madrigueras, de donde se les había sacado a la fuerza hacía muy poco tiempo.”

(Cuadro de la batalla de Ayacucho. Fuente: Wikimedia Commons)
A la una de la tarde, la victoria era de Sucre. La batalla duró cerca de tres horas. A los independentistas el triunfo les costó unos 300 muertos y más de 600 heridos. Por su parte, los realistas tuvieron unas 1,400 bajas, además de los cerca de mil prisioneros y la pérdida de todas sus piezas de artillería y más de 2,500 fusiles. Sucre escribió a Bolívar: “Está concluida la guerra y completada la libertad del Perú. Por premio para mí, pido que Vd. me reserve su amistad”.

(Sucre saluda a sus comandantes tras obtener la victoria en Ayacucho. Cuadro de Martín Tovar y Tovar)
Tras Ayacucho, ¿qué quedaba del Ejército Real del Perú? Tan solo 400 o 500 soldados en Andahuaylas, posteriormente capturados en Apurímac; en Arequipa, el general Pío Tristán, nombrado virrey interino en reemplazo de La Serna, con unos 145 hombres y 100 caballos; en Cusco, otros 259 hombres y 151 caballos; y, finalmente, en el Callao las fuerzas bajo el mando de Ramón Rodil que, sitiadas en la fortaleza del Real Felipe, resistieron hasta 1826, constituyendo el último reducto realista en América del Sur.

(Obelisco en la Pampa de la Quinua, lugar donde se dio la batalla de Ayacucho. Foto: Rodrigo Alomía Díaz)
¿Y los cerca de 4 mil soldados realistas bajo el mando de Olañeta en Alto Perú? En palabras del español Andrés García Camba, Olañeta “era tan enemigo como los que acababan de triunfar.” Las fuerzas realistas (sublevadas contra La Serna) comandadas por Pedro Antonio Olañeta resistieron hasta la batalla de Tumusla (actual Bolivia), el 1 de abril de 1825. Allí, fueron derrotadas por Carlos Medinaceli, comandante de un sector de este propio ejército que se pasó al bando independentista. En Tumusla, el ejército de Olañeta fue deshecho y este quedó herido de muerte y falleció al día siguiente. Según algunos autores, como Juan Marchena Fernández, catedrático de Historia de América de la Universidad Pablo de Olavide (España), Olañeta fue asesinado por sus propios hombres tras la batalla.
Sin conocer la muerte de Olañeta, el rey de España Fernando VII lo nombró virrey de Río de la Plata el 8 de mayo de 1825. Según Valdés, si las fuerzas del virrey Pío Tristán se hubieran puesto de acuerdo, como este lo solicitó, con Olañeta, “la guerra hubiera podido prolongarse por estos dos Generales acaso el tiempo necesario para recibir refuerzos de la Península”.
A las fuerzas de Rodil en el Callao y a las de Olañeta en el Alto Perú hay que agregar las fuerzas realistas que se mantenían en la isla chilena de Chiloé. Estas fuerzas resistieron hasta la suscripción del Tratado de Tantauco, el 18 de enero de 1826. Mediante aquel tratado, los realistas entregaron las armas y la isla de Chiloé fue incorporada a la soberanía de la república chilena. La rendición de Chiloé se produjo tan solo unos días antes que la del Real Felipe.
Capitulación de Ayacucho
La capitulación de Ayacucho fue el tratado suscrito entre los vencedores y vencidos de la batalla. Por los independentistas firmó José Antonio de Sucre y por los realistas José de Canterac, debido a que el virrey había sido capturado. Mediante este documento, el Ejército Libertador, a pesar de haber vencido, comprometió al Estado peruano a pagar al Reino de España los gastos de la guerra que había perdido.

(Capitulación de Ayacucho. Canterac parado al centro firmando la rendición española. Óleo de Daniel Hernández)
Asimismo, se estipuló que el Perú pagaría el pasaje de vuelta de los realistas que quisieran regresar a España, dándole la mitad de la paga que les correspondía por su empleo “mientras estuvieran en el territorio”; que se respetaría las propiedades de los españoles que se encuentren fuera del Perú; que se liberaría a todos los militares realistas capturados en la batalla, pudiendo conservar sus uniformes y espadas; que continuarían en sus puestos los empleados (realistas) que el gobierno confirmara, entre otras condiciones mediante las que Sucre comprometió al Estado peruano con España.
40 años después, el incumplimiento de la deuda pactada en la Capitulación de Ayacucho fue parte de un conflicto diplomático y luego bélico entre España y Perú, que tiene entre sus episodios más recordados el combate del 2 de mayo.
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Consecuencias
En honor al lugar de la batalla, Huamanga pasó a denominarse Ayacucho. Tras su visita a la pampa de la Quinua, lugar donde se desarrolló la batalla, el historiador José de la Riva Agüero consignó en “Paisajes Peruanos”:
“En este rincón famoso, un ejército realista, compuesto en su totalidad de soldados naturales del Alto y del Bajo Perú, indios, mestizos y criollos blancos, y cuyos jefes y oficiales peninsulares no llegaban a la décima octava parte del efectivo, luchó con un ejército independiente del que los colombianos constituían las tres cuartas partes, los peruanos menos de una cuarta, y los chilenos y porteños una escasa fracción. De ambos lados corrió sangre peruana. No hay porqué desfigurar la historia: Ayacucho, en nuestra conciencia nacional, es un combate civil entre dos bandos (…)”
Al respecto, Enrique Chirinos Soto, si bien señala que Riva Agüero “disminuye, sin proponérselo, la participación peruana en el bando independentista”, coincide con este al considerar que la guerra de independencia tuvo un carácter de “contienda civil”, agregando que hubo españoles peninsulares que lucharon por la independencia y criollos que pelearon por el rey. Con relación a la participación peruana en ambos bandos, Dellepiane señala lo siguiente:
“Cualquier que fuera la causa que abrazaran los soldados peruanos -sea como voluntarios en uno u otro bando, bien como ‘levados’ bajo las banderas del Rey; o como ‘reemplazantes’ de las bajas ocurridas en las filas auxiliares- vertieron su sangre de comienzo a fin en el titánico empeño de la emancipación de Hispanoamérica (…)”
Finalmente, la Batalla de Ayacucho consolidó la independencia de América del Sur. Sin embargo, la esclavitud y la opresión de los indígenas se mantuvieron varias décadas más. La nueva etapa en el continente se caracterizó por el caudillismo y las guerras entre las recientemente fundadas repúblicas independientes.
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En el Perú, Simón Bolívar, quien había sido nombrado dictador por el Congreso peruano en febrero de 1824, profundizó, con la llamada Constitución Vitalicia de 1826, un régimen que muchos historiadores no dudan en calificar de autoritario. Al respecto, según Chirinos Soto, el libertador estableció una “monarquía con disfraz (…) un trono revestido con librea de república”; en palabras de Herbert Morote, una “monarquía absolutista disfrazada de república”. Se tratará de un régimen que inspiró al clérigo y escritor José Joaquín de Larriva a componer su famosa décima:
“Cuando de España las trabas
en Ayacucho rompimos,
otra cosa más no hicimos
que cambiar mocos por babas.
Nuestras provincias, esclavas
quedaron de otra nación,
mudamos de condición,
pero solo fue pasando
del poder de Don Fernando
al poder de Don Simón.”
Las primeras constituciones del Perú, el régimen de Bolívar y la guerra con Gran Colombia se analizarán en otro informe.