“Democracia Radical”: por qué desconfiar de quienes ponen más énfasis en el término “democracia” – por Oscar Alberto Balladares

por 8 Abr, 2021

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“Después de la tormenta” (1884). Pintura de Vincent van Gogh)

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La democracia es una palabra cuya disputa conceptual no suele ser percibida por las masas que participan de ella. Los políticos, contemporáneos y de otras generaciones, así como los influencers de hoy en día, hablan en nombre de “la democracia”. Las masas de jóvenes indignados, en el Perú y en otras partes del mundo, cuando marchan suelen hacerlo “en defensa de la democracia”. En general, todos tienen en la mente la clásica noción ateniense de “demos/pueblo”, “cracia/poder”, “poder del pueblo”, y basta, nada más.

Esto es bastante preocupante, porque implica que el demos no sabe por qué cracia vota o se manifiesta en las calles. Al respecto, primero veamos en qué estamos de acuerdo. Considero que los sectores de la ciudadanía que en teoría creen en la democracia, están a favor del respeto de los derechos y libertades fundamentales, a través de un sistema con separación e independencia de poderes, en el que estos poderes se contrapesen y se limiten. También creo que estos sectores están a favor de la alternancia en el poder, las elecciones periódicas y libres, el multipartidismo, y el voto secreto.

Los elementos mencionados líneas arriba son principios esenciales a todo sistema que no sea dictatorial. Es democracia, efectivamente, pero un tipo de democracia con nombre y apellido, que se llama democracia representativa. Se trata del concepto de democracia reconocido en la mayoría de sistemas constitucionales democráticos, así como en diversos instrumentos internacionales.

La democracia representativa, como toda creación humana, es imperfecta, pero se trata más de los actores que participan de ella que de su misma estructura. Veamos un ejemplo. Imaginemos que alguien que solo sabe montar bicicleta usa de pronto un auto del año: la falta de conocimiento hará que lo choque o le malogre la caja de cambios. En los casi 200 años de vida republicana, se podría decir que Perú no ha aprendido a manejar el carro.

(«El demagogo». Pintura de José Clemente Orozco)

Dicho esto, y siguiendo con la metáfora, cuando el carro requiere mantenimiento por problemas mecánicos ocasionados por el propio conductor (la dirección, los frenos, abolladuras, un espejo roto…), surgen voces que, lejos de responsabilizar al conductor, le echan la culpa al carro. Estas voces, en vez de sugerir que el carro vaya al taller, que el conductor tome clases de manejo, o que se compre otro carro de la misma marca o de una mejor, exigen que se cambie de carro, pero proponiendo modelos desfasados y marcas muy malas, cuyas tiendas han quebrado en casi todo el mundo. Podemos decir que esas voces son los supuestos parientes de la democracia representativa. Estos parientes tienen otros apellidos que no suelen usar por estar desprestigiados, limitándose a decir que “son la verdadera democracia”, cuando en realidad significan precisamente lo contrario a lo que generalmente entendemos por democracia. Veamos algunos de estos ejemplos.

Primero está la democracia directa, que es la que existía en la antigua Atenas. Aquí es donde surge la idea de “demos/pueblo”, “cracia/poder”, pero se olvida que demos, a su vez, es la conjunción de dos palabras: demiurgoi, que significa artesanado, y geomori, significa campesinado. Esto implica que el significado de democracia sería “gobierno de los artesanos y campesinos”. Sin embargo, también participaban políticamente los eupátridas, que eran la nobleza, por lo que en realidad democracia sería el gobierno de quienes eran tenidos por ciudadanos. Se trataba de un sistema al que se llegó luego de un largo proceso histórico, y que tuvo varias etapas de desarrollo, y en el que se excluía a las mujeres, los esclavos y los extranjeros residentes, llamados metecos.

La democracia griega se prestaba a la demagogia y a los abusos. Aquí surge la institución del ostracismo, que implicaba la decisión democrática de exiliar a alguien durante diez años, apuntando su nombre en una ostra o concha. También democráticamente se podía obligar a alguien a tomar cicuta, como supuestamente sucedió con Sócrates. La democracia, finalmente, condujo a la derrota ateniense en la Guerra del Peloponeso, en la que los ciudadanos, democráticamente, se dejaron llevar por demagogos, emprendiendo la nefasta campaña de Siracusa, que los hizo perder la guerra.

Existe una suerte de romantización de la democracia griega, que hace perder de vista que la democracia, en general, no es buena de por sí, y que tiene que ser limitada. Que la democracia puede conducir a la tiranía de la masa, que puede ser tan despótica como la tiranía de un solo autócrata, es algo que muchos no suelen tener en cuenta. Y en este punto radica la importancia de la democracia representativa, sistema que establece límites a la propia democracia, al poder político en general, algo sumamente necesario para proteger derechos y libertades fundamentales en contextos de sociedades caudillistas como las hispanoamericanas. Sociedades, dicho sea de paso, usualmente inclinadas a validar regímenes autoritarios que, “en nombre del pueblo”, se valen excesivamente de mecanismos democráticos para concentrar el poder.

Lo anterior no es algo que se inculque, y conduce a que no exista desconfianza hacia la democracia en general, lo cual es aprovechado por los antidemócratas. Y aquí es donde entran otros dos conceptos de democracia: la democracia orgánica y la democracia marxista. Ambos conceptos de democracia son incompatibles con la democracia representativa. Históricamente se han materializado en formas totalitarias de gobierno, a través de regímenes criminales en los que el partido único se ha fusionado con el Estado, acabando con la separación de poderes, el multipartidismo, la alternancia en el poder y diversas libertades y derechos, como las de expresión y participación política.

Veamos la democracia orgánica. Dicho en sencillo, se basaba en la representación mediante los “órganos naturales de la sociedad”, sociedad que era entendida como un cuerpo. En base a esto, se tenía representación a través de las familias, los municipios y los sindicatos, así como a través de diversas agrupaciones profesionales especializadas, pero todo bajo un partido único articulado con el ejército y la Iglesia Católica. Este era el sistema existente en la España franquista, dictadura fascista, o derivada del fascismo, inspirada en los usos y modos y estética del fascismo italiano.

(Visita de Francisco Franco a Barcelona. Foto: Carlos Pérez de Rozas)

La idea del “Estado corporativo”, como “tercera vía” frente al capitalismo y al marxismo, en el que sindicatos, empresarios y Estado se articulan en un proyecto común de sociedad, es antidemocrática en el sentido de la democracia representativa. Y además se vincula con algunos de los regímenes más criminales del siglo XX. Esta visión de la “democracia”, a diferencia de la que veremos a continuación, ha sido casi unánimemente desechada por la historia.

En puridad, el concepto de democracia en el marxismo tradicional se basa en la idea del “Estado como órgano de dominación de una clase contra otra”, esto es, del Estado siempre entendido como una dictadura, ya se trate de un régimen fascista o de una democracia representativa. En esta visión, se tiene que sustituir la “democracia formal” o “burguesa”, que es la democracia representativa, por una “democracia real”, manifestada en la llamada dictadura del proletariado, que es una “verdadera forma de democracia”. De este modo, tenemos que los términos quedan invertidos y que cuando un comunista consecuente habla de democracia, en realidad se refiere a una dictadura. Tal es la explicación de que varias dictaduras comunistas se agreguen el adjetivo de “democráticas” o “populares”, como, por ejemplo, la “República Democrática de Corea” (del norte) y la “Kampuchea Democrática” (Camboya tiempos de los Jemeres Rojos). Ahora bien, a fin de evitar ser tachado de “marcartista”, loco, o conspiranoico, consignaré de dónde sale esto.

En «El Manifiesto Comunista«, Marx y Engels señalan que “El Poder político (…) es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra.” En el prólogo de «La Guerra Civil en Francia«, ensayo publicado por Marx en 1871, Engels señala que: “(…) el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía.” En «El Estado y la Revolución«, libro fundamental del marxismo-leninismo, Lenin reitera y desarrolla la concepción del Estado de Marx y Engels, señalando que el Estado es “la organización de la vanguardia de los oprimidos en clase dominante para aplastar a los opresores (…)”; “Democracia para la mayoría del pueblo y represión por la fuerza, es decir, exclusión de la democracia, para los explotadores”, un “Estado democrático de una manera nueva (para los proletarios y los desposeídos en general) y dictatorial de una manera nueva (contra la burguesía)”. Además de desarrollar esta concepción de la democracia, Lenin, inspirado en el Reino del Terror de los jacobinos, también teorizó acerca de la aplicación del “terror revolucionario”, algo que no tengo espacio de detallar, pero aplicó sistemáticamente una vez llegado al poder.

(Lenin dando un discurso. Foto: Grigory Petrovich Goldstein)

En fin, tal es la visión del Estado y la democracia en el comunismo, en el sentido de ideología y modelo de Estado, mas no en el de utopía a la que nunca se ha llegado, ¿por qué?, porque teóricamente dicho “Estado democrático dictatorial” tendría que “extinguirse” para dar paso a la “sociedad comunista”, estadio al que jamás se ha llegado. Al final el comunismo siempre ha acabado derivando en dictaduras tan estatistas y “democráticas” como las fascistas. Ahora bien, las dictaduras comunistas han precedido y sobrevivido a las dictaduras fascistas, por lo cual han tenido tiempo de ocasionar muchas más víctimas mortales por el mundo. Según diversos autores, alrededor de 100 millones de muertos en el siglo XX.

Dicho lo anterior, tenemos que, increíblemente, a diferencia del fascismo y el nazismo, el comunismo está normalizado. Es común ver a alguien con una gorrita con la estrella roja o con un polo con la hoz y el martillo, o hasta con el clásico Ché Guevara, pero sería impensable que un alumno o profesor vaya a algún colegio con una esvástica. En parte, esto se debe a la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que los soviéticos pusieran la mayor cuota de sangre y tomaran Berlín, de alguna manera, “limpió” al comunismo, que quedó como la ideología “abanderada” en la lucha contra el fascismo. Desde este punto, el paso a tildar de “fascista” a todo el que se oponga al comunismo no fue muy difícil. Es por esto que el “antifascista”, hoy “antifa”, suena muy bien, es chévere, ¡pero ser antifascista no implica ser demócrata! Al menos no demócrata en el sentido de la democracia representativa.

Hasta aquí, hemos visto que existen varias nociones de la democracia; que la democracia representativa, con todos sus defectos, busca limitar el poder y preservar derechos y libertades fundamentales; que existen otros conceptos de democracia que, bajo la excusa de buscar una democracia más “real”, se han manifestado de forma brutal en la historia; y que existe consenso con relación al rechazo del fascismo y el nazismo al tiempo que el comunismo está normalizado. Habiendo aterrizado sobre esta base, pasemos al siguiente punto: la reconfiguración de la idea de democracia en ciertos sectores de la izquierda marxista.

Durante la conferencia “Organizando la resistencia-III jornada de marzo”, organizada por la Unión de Juventudes Comunistas de España, Pablo Iglesias, fundador de Podemos, declaró:

“Hay palabras que tienen una carga valorativa positiva y palabras que tienen una carga valorativa negativa. La palabra democracia mola. Por lo tanto, habrá que disputársela al enemigo cuando hagamos política. La palabra dictadura no mola, aunque sea dictadura del proletariado, no mola nada. No hay manera de vender eso. Aunque podamos teorizar que la dictadura del proletariado es la máxima expresión de la democracia (…) no hay a quién le vendas que la palabra dictadura mola.” (00:21:20, 2013)

(Pablo Iglesias y Chantal Mouffe. Foto: Twitter)

En esta ponencia, titulada “Comunicación política en tiempos de crisis”, además de declarar “yo no he dejado de autoproclamarme comunista nunca”, (1:49:19, 2013) Iglesias explicó por qué es conveniente dejar atrás la narrativa y la estética de los movimientos comunistas tradicionales, refiriéndose a aspectos como el discurso, los símbolos y hasta la forma de vestir de los dirigentes. Así, la resignificación de conceptos clave, como “democracia” y “libertad”, constituye una estrategia política, una adaptación a los tiempos actuales, más no un cambio ideológico.

Esta estrategia de llegada al poder, en parte se inspira en el teórico italiano Antonio Gramsci (1891-1937). Este autor desarrolló la idea de llegar al poder no a través de una revolución violenta, como en Marx y Lenin, quienes querían tomar primero los medios de producción, esto es, la llamada “infraestructura”. Gramsci, al contrario, propuso llegar al poder cambiando el sentido común de la gente, a través de la hegemonía en la llamada “superestructura”, esto es, la moral, las escuelas, la cultura, las leyes, etc. Es en el marco de lo anterior, que los influyentes teóricos posmarxistas Ernesto Laclau y Chantal Mouffe desarrollaron un nuevo concepto de democracia: la “democracia radical”.

En su libro “Hegemonía y Estrategia Socialista. Hacia una radicalización de la democracia”, Laclau y Mouffe plantean “redefinir el proyecto socialista en términos de una radicalización de la democracia”, la cual definen como la “articulación de las luchas contra las diferentes formas de subordinación —de clase, de sexo, de raza, (…) los movimientos ecológicos, antinucleares y antiinstitucionales—”. Como podemos ver, esta visión se aleja del marxismo tradicional al dejar de tener al obrero o proletario como principal sujeto revolucionario, sustituyendo la lucha de clases por la articulación de “nuevos antagonismos” con el fin de establecer lo que denominan una “democracia radicalizada y plural” como “objetivo de una nueva izquierda”.

Este proyecto busca combinar las luchas parlamentarias con las extraparlamentarias, sobrepasando el espacio público ligado a la idea de ciudadanía, “en términos de una proliferación de espacios políticos radicalmente nuevos y diferentes”. Lo anterior, conduce al desborde del sistema de democracia representativa, porque plantea equiparar la representación parlamentaria con la representación de colectivos que no han sido democráticamente electos por el conjunto de la ciudadanía, lo cual resulta arbitrario y debilita al Poder Legislativo, elemento esencial de la democracia vigente.

Otro concepto relevante vinculado con lo anterior es el de “agonismo” o “lucha agonista”, que Chantal Mouffe explica como la situación política en la que se ha dejado atrás “el antagonismo entre enemigos” para dar paso a una “lucha entre adversarios” que se disputan la interpretación de conceptos. De acuerdo con esta autora: “un consenso conflictual. (…) Eso es la lucha agonista entre los adversarios. (…) hay un campo simbólico común que es consenso sobre los principios, pero también hay disenso sobre su interpretación.”

Al respecto, es inevitable señalar que estar de acuerdo con el nombre del término pero no con su significado, implica realmente no estar de acuerdo. El llamado “consenso conflictual” en realidad no es un verdadero consenso, sino un acuerdo aparente, falso, en el que un grupo que busca establecer el socialismo trata de resignificar categorías propias de la democracia representativa, como una nueva estrategia política para superarlas, sobrepasarlas, o “deconstruirlas”. El fin es insertar en la gente un concepto distinto de democracia, que es la “democracia radical”, la cual también incluye, al igual que el socialismo tradicional, la socialización de los medios de producción, porque:

“(…) todo proyecto de democracia radicalizada supone una dimensión socialista, ya que es necesario poner fin a las relaciones capitalistas de producción (…) cuando se habla de socialización de los medios de producción como de un elemento en la estrategia de una democracia radicalizada y plural (…) de lo que se trata es de una verdadera participación de todos los sujetos (…).”

Dicho todo lo anterior, ¿qué ejemplos de gobierno se acercan al ideal de “democracia radical” de Laclau y Mouffe? La Venezuela chavista, el Ecuador de Correa, la Bolivia de Evo, la Nicaragua de Ortega y la Argentina de los Kirchner fueron vistas por Laclau como regímenes en los que se articuló la idea de “lucha parlamentaria” con la de “lucha extraparlamentaria”; en sus palabras: “los regímenes nacional populares latinoamericanos de algún modo están combinando estas dos dimensiones”.

Por su parte, Chantal Mouffe considera que estos regímenes son “gobiernos nacional populares” en los cuales ha sucedido “algo muy positivo”, ya que “se han hecho grandes progresos de democratización, se han hecho grandes progresos para la incorporación de las masas al Estado”. Agrega Mouffe, que “hoy día Venezuela es un país mucho más democrático de lo que era antes de Chávez (…) Yo, si tengo que tomar partido, tomo partido para defender la Revolución Bolivariana”. Slavoj Zizek se refiere acertadamente al concepto de “democracia radical” de estos autores, señalando que:

“(…) la democracia «radical» acarrea necesariamente su opuesto, termina en la abolición de la democracia misma. (…) Hay que tomar, así pues, el término que ellos usan de «democracia radical» de un modo algo paradójico.”

(Slavoj Zizek. Foto: Mariusz Kubik)

Como hemos podido apreciar, la “democracia radical” es un concepto que forma parte de una estrategia de manipulación del lenguaje. Los promotores de la “democracia radical” buscan redefinir conceptos en el marco de un proyecto hegemónico, cuyo objetivo es establecer nuevas y funcionales interpretaciones de términos correspondientes a la democracia representativa, a fin de sustituir este sistema por otro objetivamente autoritario pero terminológicamente “democrático”.

Históricamente, sectores antidemocráticos han apostado por concepciones supuestamente “más directas” o “reales” de la democracia, desde los jacobinos inspirados en Rousseau, hasta los bolcheviques con la consigna de “todo el poder a los soviets”, así como también los fascismos con su idea de la representación mediante los “órganos naturales de la sociedad”. Históricamente, además, todos estos críticos de la democracia representativa o parlamentaria, “burguesa” si se quiere, tras el discurso de “ampliar la democracia” han establecido regímenes dictatoriales y liberticidas.

Con relación a esta idea de “ampliar la democracia”, el politólogo alemán Robert Michels (1876-1936) habló de la imposibilidad mecánica y técnica de un gobierno directo por parte de las masas teorizando la existencia de lo que denominó la “Ley de Hierro de las Oligarquías”, consistente en que toda organización política, por más democrática que sea, tiende a formar élites en su interior conforme esta crece, se burocratiza y se hacen más complejas sus actividades. Al respecto, Michels señala que:

“El ideal práctico de la democracia consiste en el gobierno propio de las masas, de acuerdo con las decisiones de asambleas populares; pero aunque este sistema limita el principio de delegación, no logra brindar garantía alguna contra la constitución de una camarilla oligárquica. (…) Es más fácil dominar una gran multitud que una audiencia pequeña. La adhesión de la multitud es tumultuosa, repentina e incondicional. Cuando las sugestiones han logrado su efecto, la multitud no tolera fácilmente la contradicción de una pequeña minoría, ni mucho menos la de individuos aislados.”

Para finalizar, con relación a todo lo anterior, tengamos en cuenta al partido español Podemos, el cual es un referente en estrategias de comunicación política (a mi parecer manipuladoras). Hoy, en el Perú existe un partido con su nombre, un partido con su color y, finalmente, un partido con el que coincide ideológicamente, que toma parte de su estrategia y discurso político, y con el que mantiene vínculos que son públicos. Por ello, considero que no es casual que este último partido consigne en su Plan de Gobierno los conceptos desarrollados por los Laclau y Mouffe de “democracia radical” y “lucha agonista” (“no enemigos, sino adversarios”).

Estando cerca de las elecciones, es recomendable tratar de ver el entrelíneas del discurso político de los candidatos, debido a que en palabras simples muchas veces subyacen conceptos clave. En principio, recomiendo desconfiar de los partidos políticos que más piden “cambio de constitución” y más énfasis ponen en los términos “democracia”, “democratizar” y “democratización”, suelen ser los más ideológicamente incompatibles con la democracia representativa, a la vez que los más afines a modelos dictatoriales de gobierno.

Conclusiones: 1. “Democracia radical” es un concepto derivado del ideal marxista de democracia. 2. Sus promotores son teóricos y políticos que ven a la dictadura venezolana como un “ejemplo de proceso democratizador”. 3. Amplios sectores de la ciudadanía, por tener una idea muy general de la democracia (y también por negación), son funcionales a quienes impulsan este proyecto político.

Equipo de Investigación

Área de investigación de Enterarse.com

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