
Para muchos de nosotros, la palabra “quechua” despierta una relación inmediata con el Cuzco y con el imperio de los Incas. Sin embargo, muchas de las ideas que se tenían sobre esta lengua han cambiado en los últimos años. ¿Qué significa el nombre y por qué se utilizó?, ¿fue el Cuzco su lugar de origen? En el siguiente informe, te presentaremos un poco de la información más reciente sobre este tema.
ENTÉRATE DE MÁS: ¿Dónde se originaron las lenguas quechuas?
Resumen
- El quechua es una familia lingüística que cuenta con más de 10 millones de hablantes y se extiende por Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador y Perú.
- Visto desde el Perú, tenemos dos grandes ramas de la familia quechua: el quechua I (o central) y el quechua II (o sureño).
- Inicialmente, esta lengua no tenía un nombre: en el mundo andino no era costumbre “bautizarlas”. Los primeros cronistas se referían a ella como “lengua general” por su amplia difusión.
- Luego, se atestigua tempranamente el uso de “quichua” para referirse a la denominada “lengua general”: una lengua franca usada en varios lugares del territorio andino.
- Poco tiempo después, el uso consagrado fue “quechua”, dejando en desuso el término “quichua”.
- Además de ser el nombre de la familia lingüística, «quechua» hace referencia, y lo sabemos por los diccionarios tempranos, a “zonas templadas” en el territorio andino y, por información de los funcionarios cuzqueños, a una etnia localizada en Andahuaylas.
¿Qué es el quechua?
El quechua es una familia lingüística con más de 10 millones de hablantes en todo el mundo: se habla en Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador y Perú. Se dice que es una familia lingüística porque se trata de un grupo de lenguas (entendidas estas como un conjunto de palabras y reglas de uso, compartido por una comunidad de personas) que tienen un origen común. En ese sentido, existen varias lenguas quechuas y el hablante de una no necesariamente entenderá todas. Una manera de graficar esto es comparar el castellano y el portugués, lenguas que, si bien son diferentes, presentan similitudes gramaticales, lo que nos advierte que pertenecen a una misma familia. En el Perú hay dos grandes ramas dentro de la familia quechua: el quechua I (o central) y el quechua II (o sureño).

En el Perú, lugar de origen del quechua, este es hablado por aproximadamente cuatro millones de personas, según el censo realizado por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) en el 2017. De acuerdo con estas cifras, en 10 años hemos pasado de tener 3,363,603 a 3,805,531 personas que indican tener como lengua materna al quechua. Esta alza de un 0.6% representa cerca de medio millón de personas más que en el 2007, año del censo anterior. Es una situación llamativa porque durante bastante tiempo se asumió que este número, frente al castellano, estaba en retroceso.
Al conjunto de las diferentes lenguas quechuas también se le conoce como “lengua histórica” y es de lo que hablaremos en este informe cada vez que usemos el término “quechua”. Ahora bien, es importante notar que cada una de las variedades del quechua es una lengua en sentido pleno.
Todavía es común encontrar opiniones que reivindican una variedad, por lo general la cuzqueña, como la “original” o “verdadera” y que las otras son “corrupciones” de esta. A estas supuestas “versiones menores” se les suele denominar “dialecto”, con un sentido peyorativo. Este malentendido aparece porque se ha asociado popularmente el término “dialecto” con la idea de una lengua incapaz de expresar todos los matices con que sí lo haría una “lengua normal”. Sin embargo, el término dialecto, en sentido técnico, es la manera en que se denomina a las variedades geográficamente determinadas. Por ejemplo, nosotros somos hablantes de castellano peruano. Este sería el dialecto peruano. Pero nadie estaría en lugar de afirmar que nuestra variedad es inacabada o no puede expresar lo que otras sí.
Una lengua que no tenía nombre
Las sociedades andinas no tenían costumbre de nombrar a sus lenguas. Esto porque, en un primer momento, los grupos étnicos, con cierto grado de autonomía frente a otros, no tenían la necesidad de acuñar nombre para su propia lengua: para ellos, en la mayoría de casos, era la única legítima.
Según Rodolfo Cerrón Palomino, lingüista y profesor de la PUCP, una vez llegados los españoles, se generó una situación poco clara en relación con los nombres con los que se bautizaba a las lenguas nativas: se usaba insultos de etnias vecinas; se encontró múltiples formas de referirse a un mismo grupo; aparecieron dudas y vacilaciones sobre la utilización de escritura; y, en los registros de la época, se mencionan lenguas sobre las que hay solo listas y que hoy ya han desaparecido. Veamos esto más al detalle.
En primer lugar, muchos de los primeros cronistas españoles tomaron designaciones utilizadas por etnias rivales. Estas eran “apodos” como, por ejemplo, “orejones”, “coronados”, “motilones”, etc. Un caso llamativo en la Amazonía, en el área de Ucayali, es el de la etnia cashibo-kakataibo, donde “kakataibo” significa hombre, pero “cashibo” es “murciélago-vampiro”. Este sobrenombre fue dado por pueblos vecinos en conflicto con ellos, pero fue adoptado por los españoles para denominar a esta etnia.
En segundo lugar, se usaban varios nombres para un mismo grupo étnico. Esto aumentó el número de nombres y dificultó el deslinde: en algunos casos un nombre podía referirse a dos lenguas o dos nombres referirse a una sola entidad. Esta situación, en la Amazonía, por ejemplo, es bastante usual, sumada, entre otros factores, al desplazamiento que realizan algunos grupos en sus territorios.
En tercer lugar, los términos consignados en las listas dependían de la pericia auditiva de los designadores. Esto era complicado por dos razones: por un lado, para quien tomó el registro, fue difícil enfrentarse a las pronunciaciones de sonidos de una lengua ajena al castellano. Esto empeoró por la apabullante cantidad de lenguas que se advierte en la colonia temprana. Asimismo, la ortografía que manejaba el documentador también complicaba el asunto: varía mucho al depender del nivel de instrucción de este. Por ejemplo, la pronunciación de la [q] andina no tiene símil en el castellano. Los documentadores, en algunos casos, utilizaban grafías como < cc > o < q > o < qq >, generando con esto más confusión para los investigadores actuales, como veremos más adelante.
Por último, el problema de la designación se agrava si la información hace referencia a alguna lengua desaparecida. Este es el caso, por ejemplo, de la lista de Martínez Compañón (1782-1790), donde se consignan muchas lenguas del norte del Perú que ya no se usan en la actualidad.
Ahora bien, todo parece indicar que el quechua no tuvo, inicialmente, designación específica. Los primeros cronistas, incluso el Inca Garcilaso de la Vega, no se remiten a esta lengua con un glotónimo, (es decir, un nombre específico para la lengua, como “castellano” o “chino”). Más bien, se refieren al quechua de tres maneras distintas: como “lengua general”, “lengua del inca” y como “lengua del Cuzco”.
Estas tres denominaciones son llamativas: en primer lugar, al llamarla “lengua general”, alude a que era una lengua que se hablaba a lo largo del territorio y que, además, podía servir como lengua franca entre diversas etnias. Lenguas de esta naturaleza están destinadas, por lo general, al intercambio comercial, sin dejar de lado su uso como vehículo para información científica y política, como el latín en algún momento y como el inglés en la actualidad. Vale mencionar que el quechua no era la única lengua que gozaba de este estatus: lo compartía con el puquina, el aimara y el mochica. En esta misma línea, y para acentuar su amplia difusión frente a estas otras, se solía precisar al quechua como “más general”. En segundo lugar, se le denominó también “lengua del Inca” dando cuenta de que era la que utilizaban los funcionarios del imperio al llegar los españoles. En tercer lugar, y por la fuerte relación que existía en la mente de los españoles entre el gobernante y un centro de gobierno, también se le denominó “lengua del Cuzco”.
Primero «quichua», luego «quechua»
El término “quichua” fue empleado por primera vez de forma impresa por Fray Domingo de Santo Tomás en 1560. Él es el autor de la primera gramática y diccionario de esta lengua y es quien consignó este glotónimo de manera escrita. Es más, lo puso en el título de su obra.

(Primera página de la lista de vocabulario includa en la obra ‘Lexicon, o Vocabulario de la lengua general del Peru (Valladolid 1560) de Domingo de Santo Tomás)
Ahora bien, “quichua” es un término distinto al término “quechua”. Mientras que el primero no aparece dentro del diccionario escrito por el fraile, “quechua” << qquechua >> sí está consignado con el significado de “[la] tierra templada o de temple caliente”. Esto sugiere que “quichua” era, entonces, la forma en que Domingo de Santo Tomás se refería únicamente a “la lengua general” y no “quechua”. Comentaremos esto con un poco más de detalle más adelante. Es así que en el siglo XVI e inicios del XVII la forma “quichua”, con su variante ortográfica “qquichua”, impulsada también por Diego Gonzales Holguín (1608), es la que se impuso de manera temprana.
El uso del término “quechua” para referirse a la lengua entró en competición desde 1616 con el «Arte de la lengua quechua general de los indios de este Reyno del Pirú» de Alonso de Huerta, nacido en Huánuco. Este uso compitió con el anterior y se consolidó a inicios del siglo XIX. Hoy “quichua” solo se usa en lugares que fueron territorios periféricos del Tawantinsuyo: el noreste argentino y Ecuador.
En este punto vale detenernos en los motivos detrás de estas dos denominaciones. En la actualidad, en el quechua sureño, tenemos tres vocales puntuales: la /i, u, a/. Cuando el sonido /q /, que se realiza en la parte posterior de la boca, aparece en la palabra, las vocales se realizan como [e, o, a]. Es decir, abre la pronunciación de estos sonidos, principalmente, los altos [ i, u ]. Esto explica la pronunciación de, por ejemplo, /quri/, que significa “oro“, pero que se pronuncia [qori] como en “coricancha”. Si no aparece este sonido [ q ], no es posible encontrar vocales medias [e,o] en la variedad sureña. Para algunos, esta situación inicia un debate sobre el trivocalismo o pentavocalismo del quechua. Debate que tocaremos en notas posteriores.
¿Por qué es llamativa esta situación? La presencia de “quichua” y “quechua” en el texto de Santo Tomás, más allá de las diferencias en la escritura, estaría mostrando lo siguiente: “quichua” sería la lengua general que, como veremos en nuestra siguiente nota sobre este tema, se vincula con la variedad costeña hablada en el señorío de Chincha y, “quechua” sería un término propio de la zona de Ayacucho y Cuzco, y no de la variedad antes mencionada. El religioso habría documentado una variedad si bien relacionada, no idéntica a la del señorío costeño.
La sospecha surge, entre otras razones, por el fenómeno descrito anteriormente: si “quichua” presenta el sonido /q/ como sugiere la grafía, la [ i ] se pronunciaría como [ e ], dando lugar a “quechua”. De hecho, en los dialectos sureños actuales, el término se encuentra con la pronunciación “quechua” y no “quichua”.
Sumado a esto, y como mencionamos líneas atrás, los dialectos periféricos, como los hablados en Ecuador y Argentina, mantienen el nombre “quichua” para la lengua: esta sería una evidencia de este uso inicial para nombrar a “la lengua general” que se retuvo en estas zonas alejadas del centro político.
La razón por la que de Santo Tomás nombró a la lengua “quichua” y su posible identificación con una variedad específica es sin duda tema de debate en la actualidad y sobre la cual daremos algunas luces en la nota que sigue. Por el momento podemos adelantar que autores como Cerrón Palomino y Taylor plantean que la lengua con el nombre “quichua” sería una variedad del quechua ya extinta en el Perú actual.
¿Qué dice la etimología: ¿qué significa quechua?
En los primeros diccionarios de la lengua es posible encontrar “quechua” >, como vimos, con el significado de “la tierra templada o de temple caliente”. Este término era inicialmente un topónimo, es decir, un nombre de lugar, que además describe sus características. Asimismo, y por extensión, son “quechuas” los habitantes de estos territorios. Este se complementa con otros dos: el de “yungas” para habitantes de zonas cálidas y con el término “puna” o “saqlla” para habitantes de zonas frías.
Es el cronista Pedro Cieza de León, en 1553, quien nos advirtió que “quechua” no solo era un topónimo, sino también un etnónimo, o nombre de grupo, que hace referencia a una “nación muy antigua y señores de esta provincia de Andabailas”. Esta información la recogió de descendientes de soberanos cuzqueños: los denominados orejones. El territorio aludido se extendía entre el río Pachachaca y Pampas, en Andahuaylas, departamento de Apurímac.

Al parecer, la distinción entre “quichua” para lengua y “quechua” para los habitantes de esta zona se diluyó desde el siglo XVII y se mantuvo la segunda forma por encontrarse difundida en la variedad sureña: la que se asumió como el quechua original por los primeros españoles en nuestro territorio.
En resumen, “quichua”, sería el nombre de “la lengua general”; “quechua” el nombre de un lugar y luego el nombre del grupo que lo habitaba. Más adelante, y, suponemos, una vez desaparecida la denominada “lengua general”, se impuso la forma “quechua” siguiendo por prestigio la forma de pronunciación cuzqueña donde sí es posible encontrar el sonido / q /. Con el paso del tiempo y en boca de los españoles, al no tener este sonido en su repertorio, se convirtió en uno más familiar, dejando la pronunciación [kečwa], pero con la grafía < quechua > de Alonso de Huerta.